Capítulo
51
Awakening
Atsushi suspiró, aún con el ceño fruncido,
limpiando con un paño suave el rostro del prisionero, eliminando
manchas de sangre, de sucio. Había peleado formidablemente,
eso era de admirar aunque sólo fuese un sacrificio sin importancia.
Le desabrochó la camisa, limpiando su pecho también,
sonriendo a medida que lo acariciaba de esa manera.
El moreno, al que habían colgado de cadenas por las muñecas
y los pies en aquella celda húmeda en los sótanos
de la torre, entreabrió los ojos despacio, como si le pesaran.
Observando al moreno casi sin reconocerlo. –Atsushi…–
murmuró inconsciente en ese momento de lo sucedido. Percatándose
casi al instante y abriendo los ojos. – ¡¿Dónde
está Seki?! – se sacudió, notando las cadenas
y forcejeando en una mano como si fuera a ser capaz de romperlas.
– Seki está... en su celda. – contestó,
sin dejar de limpiarlo, una de sus manos aún recorriendo
su pecho sin cumplir ninguna función práctica.
Okuma lo miró entre su propio cabello revuelto y húmedo.
– ¿Qué vais a hacer con él? – preguntó
furibundo, dejando a un lado el inútil intento de soltarse
de aquellas gruesas cadenas.
– Ya lo dije, será mi regalo de bodas... para el nuevo
dios. – Atsushi alzó la mirada, sonriendo, frunciendo
el ceño de pronto, mientras se apartaba ligeramente de él,
bajando la cabeza de nuevo, como pensativo.
El moreno le escupió, acertando a darle en la mejilla. Observándolo
incrédulo, como si aquello fuera parte de una pesadilla.
– Hijo de puta. Por eso no querías hablar del pueblo.
Atsushi alzó la mirada entonces, limpiándose con
una mano, una expresión confundida en su rostro. –
¿Hijo de...? Okuma... – miró a su alrededor
agobiado, algunos recuerdos agolpándose en su mente de tal
manera que nada tenía sentido. Le dolía la cabeza.
Pero el hombre encadenado frente a él seguía mirándolo
del mismo modo.
– ¡Suéltame! Déjame que me lleve a mi
hijo, bastante nos habéis hecho. ¿Es que estáis
todos locos? – lo miró atento, notando que ni siquiera
parecía estarle prestando atención. – ¡Atsushi!
– ¡Silencio! Baja la voz... – le pidió,
llevándose la mano a la frente y acercándose, negando
con la cabeza. – No recuerdo... ¿qué hice? ¿Dónde
llevaron a Goro? – le preguntó como si el moreno tuviera
posibilidades de saberlo. Naoko... ¿Naoko estaba allí?
Luego de tantos años... Se colocó detrás de
Okuma, sacudiendo sus cadenas, intentando soltarlo.
El moreno no dijo nada, se limitó a esperar a que lo desatara
si es que podía. Una vez hiciera eso, se iba a asegurar de
pegarle un golpe que lo dejase en el sitio. Necesitaba encontrar
a Seki y aquello sólo le parecía un teatro más.
Otra farsa. ¿Para que? No lo sabía, ya no comprendía
nada. – Suéltame. – insistió al ver que
tardaba.
– No puedo... No soy tan fuerte y no tengo la llave... –
se disculpó, desesperándose un poco y remeciendo las
cadenas de nuevo. – Maldición...
– ¿Cómo que no la tienes? Seguro que sí.
¡Búscala! – le exigió alterado y a pesar
de que el otro hombre, dado que iba desnudo, no tenía donde
llevarla.
– ¡Que no la tengo! Freya... – sacudió
la cabeza, sentándose en el suelo frente a él, de
pronto notando que iba desnudo y cubriéndose como podía
con las manos. – Naoko... Por eso me dejó aquí,
no me hubiera dado la llave ni aunque se la hubiera pedido... No,
no lo creo...
– Pídesela, no te sientes ahí. ¡Maldita
sea! Mi hijo está sólo con esas dementes y puede que
con el demente de tu hijo. ¡Haz algo! – las cadenas
se sacudieron de nuevo, agitándose contra su propio cuerpo.
– Como le ocurra algo, te voy a matar.
Atsushi lo miró, realmente golpeado por sus palabras pero
lo comprendía. Aún así, no podía evitar
ese instinto paternal de proteger a su hijo. – Goro no es
un demente. No le hará daño a Seki, si está
como yo... Debe estar muy asustado... – frunció el
ceño de nuevo, poniéndose de pie para examinar la
cerradura de la celda, apoyándose contra los barrotes luego
al ver que no cedía tampoco. – No voy a permitir que
les hagan daño, tengo que mantenerme así...
– ¿No lo vas a permitir? Casi me matas. No me hagas
reír. ¡Porque no tiene puta gracia! – se apoyó
contra la pared, golpeándose la espalda contra esta, arañándosela
y tratando de devolverse su propia cordura, apartar el pánico
de perder a su hijo. – ¿Qué está pasando,
Atsushi? ¿Qué demonios te está pasando? ¿Qué
es esto?
– ¡Te vas a hacer daño tú! – lo
detuvo, acercándose para sujetarlo por los hombros, mirándolo
a los ojos. – ¿Casi trato de... matarte? Sí...
Peleamos, ¿no es así? ¡Okuma, tienes que creerme!
¡No soy yo! Es algo... algo dentro... Toda mi vida... –
el moreno lo observó, la desesperación claramente
reflejada en sus ojos grises. – Cuando cae la noche no soy
yo...
– ¿Y quien eres? ¿El hombre lobo? ¿Frey?
– se mofó de él aunque en su rostro no había
ni rastro de risa. – ¿Y qué son todas esas mujeres,
Atsushi? Tú sabías que tu mujer estaba aquí.
Por eso sabías que no estaba muerta. Sabías que se
drogaba, que hacía esto. ¿Verdad? ¿Qué
le has estado haciendo a tu hijo? – lo miró a los ojos
fijamente. – Nos habéis estado engañando, tú,
tu hijo y todo este maldito pueblo. ¡He estado sufriendo porque
habías desaparecido. ¿Para esta mierda?! – tiró
de una muñeca de nuevo, golpeándose un poco contra
el mismo Atsushi en la sacudida, mirándolo a los ojos.
– ¡No! ¡No te engañaba! ¡Te amo!
– le insistió de la misma manera, sin apartarse a pesar
del empujón que le había dado. – ¿Crees
que quiero que le suceda algo a Seki? ¿O a Goro? ¿Crees
que no protegería a mi propio hijo? No lo sabía...
Aún no comprendo...
– ¿Estás enfermo? – le preguntó,
mirándolo a los ojos. Lo cierto es que él mismo prefería
creer algo así. – ¿Estás drogado? ¿Qué,
Atsushi? Sacrificando animales... Convirtiendo a tu hijo en un…
asesino. ¿Qué son todas esas mujeres? ¿Qué
es lo que sucede aquí? Deja de actuar con miedo, habla ya.
Dime qué demonios pasa… – estaba respirando agitado
por la desesperación y la furia, bajó la vista, observando
el pecho de Atsushi tan próximo a él. Quería
tocarlo, creerlo… El orgullo, el recelo y la herida reabierta
no se lo permitían.
– Este pueblo... es más antiguo de lo que crees. Sus
tradiciones... – Atsushi suspiró, mirándolo
a los ojos. Era extraño cómo podía recordar
todas esas cosas ahora cuando ya no parecía servir de nada.
No comprendía cómo podía haber sucedido aquello.
– Mañana... Goro cumple dieciocho años, será
el día de su boda y el día que ascienda como el nuevo
dios, Cerunnos. Él tampoco sabe nada, Okuma... No lo hace
por su propia voluntad. No tengo idea de cómo sucede pero...
– retrocedió un paso, con gesto angustiado. –
Voy a morir mañana. Y gracias a mí, tú también...
– sonrió un poco, sintiendo que se volvía loco.
– Y luego habrá una fiesta en el pueblo, una boda normal
como todas, comerán pastel y... tomarán fotos... ¿no?
Seguramente...
Okuma lo miró a los ojos desesperado. ¿Cómo
podía hacerse a la idea de la muerte de Atsushi, de la suya
propia tan fácilmente? – No, yo no voy a morir aquí
para que mi hijo se convierta en un esclavo. No, tengo que pensar.
– se dejó caer hacia atrás, recostándose
contra la pared agotado por la propia desmoralización. –Si
pudieras mantenerte así… Podrías engañarlas.
Ven aquí.
Atsushi se acercó de nuevo, mirándolo como si fuera
su salvación. – No lo he conseguido, sé que
ayer... también desperté por unas horas pero Naoko
estaba conmigo... No sé cómo lograrlo.
El mayor le apoyó la mano en el cuello, aproximándolo
cuanto podía y apretándole un poco la nuca. Su frente
contra la de Atsushi, tratando de infundirle fuerzas a la única
persona que podía ayudarlos ahora mismo. – ¿Por
qué dices que mañana moriremos? ¿Por qué
tienes esa certeza, van a realizar algún tipo de celebración
especial?
El moreno asintió, abatido, como si el peso de todos aquellos
años cayera sobre sus hombros en un sólo día.
– Goro tiene que matarme para convertirse en un dios... así
como yo maté a mi padre... – le confesó, pegándose
un poco más a él con su cuerpo. – Tú...
no se supone que estuvieras aquí.
Okuma resopló con fuerza. No podía imaginarse algo
tan loco ni en una pesadilla. ¿Atsushi matando a su padre?
Goro, un chico tan tranquilo y apegado a Atsushi, asesinándolo.
La irracionalidad de la situación lo angustiaba. Lo enfermaba.
–Pero algo debe haber que os hace entrar en este estado por
la noche. Tal vez os suministran alguna droga. – le sujetó
el cabello entre los dedos. Se hacía daño en la muñeca
con la cadena pero no le importaba.
– Bebemos... leche de loba pero... tal vez contenga algo
aunque... – lo miró a los ojos de nuevo, pensando que
eso no explicaba su comportamiento de todos esos años, la
manera en la que lo había olvidado todo. Retazos de su vida
pasaban por su mente, cosas que no había recordado antes,
con aquellas mujeres... Goro... – No la beberé esta
noche, no sé cómo pueda engañarlos...
– Me niego a pensar que esto es… brujería o
algo así. – sentenció el moreno que era completamente
escéptico con esa clase de cosas. – Tiene que haber
algo. No bebiste leche de loba en casa cuando te comportaste de
ese modo. Era siempre a la misma hora… – dijo como meditando.
– Seki me dijo que Naoko le echaba algo en la leche a Goro.
– No lo sé, ella se encargaba de alimentarlo antes
de... No tenía por qué sospechar de mi mujer... ¿Por
qué no? ¿Te parece normal que haya matado a mi padre?
– Atsushi cerró los ojos, recapacitando. Se sentía
presionado, por supuesto, pero tenía que intentar pensar
con claridad por el bien de todos. – El reloj... Todo comenzó
con el reloj... pero... ¿crees que sea hipnotismo?
– No lo sé. No tengo ni idea y por supuesto que no
me parece normal. Pero lo hecho, hecho está y ahora sólo
me importa sacar a mi hijo de aquí con vida. A todos…
Nos iremos de aquí juntos. – apretó las mandíbulas.
Estaba cansado de mantenerse en pie por culpa de aquellas cadenas,
ya no podía ni pensar claramente. – Cuando desaparecisteis
nadie quiso ayudarnos, nos instaron a que nos fuéramos. Tal
vez alguien del pueblo os suministraba algo en el momento adecuado.
En la comida, en un medicamento… No lo sé.
– Cada año... para el cumpleaños de Goro...
Iwata-san... la anciana de la pastelería. – le aclaró
por si acaso, mirándolo. – Ella nos regalaba el pastel,
decía que yo no sabía hacerlos... – se rió
un poco aunque más que nada por sentirse estúpido
que por otra cosa. – Todos lo saben... No viste... las fotos
de mi boda. Están todos, menos mi padre...
– No sé qué podemos hacer. No comas nada, no
bebas nada, no dejes que nadie te bese. A ser posible, no toques
nada con lo que no estés familiarizado. – lo miró
a los ojos fijamente. – Sólo tú puedes hacer
esto… ¿Me oyes?... He pensado algo.
Atsushi asintió, cansado de ser manipulado, pero a su vez
deseando que lo alentase. Lo necesitaba, no podía enfrentarlo
solo. – Seki estará bien... hasta después de
esta noche. No lo tocarán porque ha sido elegido por Goro.
– lo tranquilizó de pronto aunque acababa de comprenderlo
él mismo.
– Lo sé. – se dijo sólo porque quería
estar convencido por completo, buscando los labios de Atsushi y
besándolo profundamente. – Saldremos de aquí.
– murmuró, frunciendo el ceño.
– Lo lamento... – murmuró Atsushi, abrazándose
a él, y alzando los brazos luego para sujetar las cadenas,
intentando aliviar su incomodidad. – Cuando salgamos de aquí...
Voy a dormir encerrado... – le prometió, realmente
preocupado y a la vez aliviado de que le creyese. Si lo hubiera
matado la noche anterior... No hubiera podido vivir de todas maneras.
– No, cuando salgas de aquí no vas a dormir nada.
– le dijo serio, mirándolo a los ojos.
– Bien, no dormiré... –le respondió igual
de serio, devolviéndole la mirada y besándolo de nuevo.
Se lo debía, eso y mucho más.

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