Capítulo 76
Room 221
Aya movía los dedos inquieto, como buscando cualquier cosa
con la que entretenerse. Por algún motivo se sentía
extraño, como si estuviese delatando a un amigo.
–Doscientos veintiuno y una T como de un logo. Es todo lo
que me mostró, pero... pero... –vaciló, nervioso,
desviando la mirada –, creo que está muerto.
–Bueno, Aya, de todas formas no le esperaba nada mucho mejor
después que haber sido juzgado –le dijo Drago, quien
en realidad estaba pensando que se alegraba infinitamente. Aunque
hubiera preferido que el chico no tuviese que ver eso –. ¿Recuerdas
si había ventanas? –continuó preguntando.
–No... Una, pero estaba cubierta –recordó de
pronto, alzando la mirada, pensando que no lo había dicho
porque se entristeciera si no para advertirle –. ¿Cree
que Dirk estará feliz ahora?
–Creo que... matar por venganza no da felicidad. Pero supongo
que ahora estará tranquilo, porque sabe que no puede hacerte
daño nunca más, ni a ti, ni a nadie. ¿Crees
que él lo mató, verdad? ¿lo viste atacándole?
–Drago se pasó una mano por el costado de la cabeza,
echándose el cabello hacia atrás.
–Sí, Alex también estaba con él –asintió,
observándolo directamente ahora. Se habían vengado
con ganas, de eso estaba seguro –. Sé que fueron ellos.
–Increíble... –murmuró el moreno, pensando
en lo que había sucedido. Aún se preguntaba cómo
iba a explicarle eso a sus superiores... él que ni siquiera
se molestase en buscar a un asesino –. Viste la puerta desde
fuera –continuó de pronto, como saliendo de su estupor
–. ¿Recuerdas el color? ¿Escuchabas algo tal
vez?
Aya sonrió, contestando.
–Los gritos de Lindenberg –se puso serio de nuevo,
seguro de que aquello había estado fatal, y bajó la
mirada –. Se escuchaban coches a lo lejos.
Drago se rio levemente, mirándolo a los ojos.
–Es normal que te sientas aliviado, ¿sabes? No tienes
que fingir, al menos no delante de mí. Lo que pensé
cuando me dijiste que estaba muerto, es... “Me alegro”
Estoy seguro de que se pudrirá en el infierno –sonrió
ligeramente, con un trazo de malicia en los labios –. Vamos
a ver... –dijo al notar que tenía un mensaje en el
móvil. Se levantó para encender el fax del pelirrojo,
y envió el número con otro mensaje, esperando –.
Van a llegarme una serie de logotipos de moteles, a ver si tenemos
suerte, y puedes identificar alguno de estos.
Aya asintió, en realidad aliviado porque lo comprendiese.
–No se lo diga a Martin, se preocupará. No es que
sea un asesino o algo así, pero no quiero hablar con más
psicólogos –le pidió, seguro de que lo ayudaría.
–Sí, lo sé... –se rio sin poder evitarlo,
extendiendo las hojas por encima de la mesa. Sólo eran tres,
y en todas venían logos similares a una “T” algunos
de esos moteles estaban cerrados, según habían anotado
en las mismas páginas.
Aya los observó con detenimiento. El logo que había
visto estaba descascarillado, así que no le era tan fácil
reconocerlo. Finalmente señaló el del medio, seguro.
–Es este, recuerdo el extremo curvo.
–¿Seguro? –lo miró fijamente por un
momento –Si alguno más se le parece, dímelo
también, así, si no lo encontramos allí, seguiremos
buscando con un orden más o menos probable.
–Este, pero estoy casi seguro de que es el del medio –le
aseguró serio, asintiendo por si acaso –. Podría...
¿Podría llamarme y confirmar? Por favor –le
pidió, sintiendo que a pesar de todo, necesitaba estar seguro
de que no lo volvería a ver.
–No es lo mismo haber tenido una visión, que ver
un cadáver real, Aya –lo miró a los ojos fijamente,
como pensándoselo de todas formas –. El olor, la sangre...
no, no creo que debas venir. ¿Crees que puedes soportar algo
así?
El chico negó con la cabeza, bajando la mirada.
–Sólo quiero saber que todo terminó.
–Entonces confía en mí. No voy a mentirte,
¿vale? Te diré lo que sucedió en esa habitación,
tanto como pueda comprenderlo –marcó el otro logo por
si acaso, guardándose el papel en el bolsillo y tocándole
la cabeza con una mano –. Estoy seguro, esto se ha acabado.
Dirk probablemente sólo quería advertirnos de dónde
estaba. Tal vez para que tú supieras que se ha vengado.
–Eso espero. Lo sentí distinto –murmuró,
aunque no había sido así cuando veía aquella
venganza. En ese momento era pura furia –. Se acabó,
tiene que haberse acabado.
–Voy a ir ahora mismo... y luego regresaré a hablar
contigo. Probablemente mañana, porque el papeleo... –lo
llevó con él afuera, acompañándolo a
la cafetería donde estaban Kaigan y el pelirrojo, riéndose
y hablando, a saber de qué. Frunció un poco el ceño,
interceptando la mano del pelirrojo en el brazo de Kaigan.
–Detective –lo saludó el albino como si fuese
una situación muy formal, pero siempre le provocaba hablarle
así cuando se ponía con esa actitud –. ¿Todo
bien?
Aya se fue a sentar junto a Martin, en silencio, mirándolo
de soslayo. El chico lo cogió por los hombros de inmediato,
pegándolo contra él y besándole la frente.
–Todo estupendamente –le mostró sus llaves,
como diciéndole que tenía que hacerle de “taxista”
–. Nosotros nos vamos, hay trabajo. Luego te mando un informe
–le dijo a Aya, bromeando, aunque estaba serio.
–Gracias –murmuró el chico, mirándolo
a los ojos.
Kaigan se puso de pie, observando aquella interacción y
sonriendo un poco.
–Y luego te llamo a ti, Martin. Cuidaos...
–Ciao... –se despidió el pelirrojo, agitando
una mano para Drago, que lo miró de soslayo, sujetando a
Kaigan por la cintura, debajo de la chaqueta del traje.
...
El detective se paró en la puerta de aquel primer motel.
Sí, estaba cerrado, y dado su aspecto, debía llevar
unos cuantos años así. Observó uno de los coches
que había en la entrada. Los cristales estaban partidos,
pero lo extraño era que las lunas se disparaban un poco hacia
fuera, como si hubiera habido una explosión en el interior.
No había nada sin embargo. Comprobó la matrícula,
asintiendo con la cabeza un momento.
–Es su coche.
–Sabes lo que vamos a encontrar ahí adentro, ¿verdad?
–le preguntó Kaigan, indicándole que creía
plenamente a ese chico –No es la primera vez que viene aquí.
Debió sentirlo como un sitio seguro.
–Probablemente, y no se equivocaba. Habría sido seguro,
de no ser por Dirk y Alex. No voy a decir que lo siento por él
–alzó una ceja, empujando el portón metálico
que cerraba el lugar, observando el extraño y horrible aspecto
de aquel motel, que sin duda no había sido mucho más
acogedor en sus buenos tiempos.
El olor a humedad llenaba el lugar, y hacía un frío,
para nada acorde con el del exterior. Ese frío que caracteriza
a los lugares abandonados y oscuros. La luz, por supuesto, estaba
cortada, así que Drago abrió las ventanas que se iba
encontrando por el camino.
–La doscientos veintiuno estará en la segunda planta
–dijo mientras subían las escaleras, sin poder evitar
pensar en aquella prostituta desaparecida. ¿Estaría
allí? Y si estaba... ¿aún conservaría
su vida?
–Yo sólo me alegro de que lo hayan encontrado antes
que tú –le confesó el albino, observando su
espalda y dejándole saber lo mucho que lo conocía.
El pasillo de arriba no estaba mucho mejor que la planta baja.
Incluso había un carrito de limpieza tirado de medio lado.
Se preguntaba cómo habría conocido ese lugar el profesor.
Tal vez fuese cliente asiduo cuando aún estaba abierto al
público.
–Cómo me conoces... –replicó Drago, apartándolo
con un brazo de delante de la puerta. Tomó el revólver
de todos modos, escuchando algo extraño en el interior –¡Policía!
–advirtió al confiar en que aquellos sollozos eran
la voz de una mujer. Con suerte de Abby –Voy a entrar... –le
dio una patada a la puerta, y la misma venció fácilmente
al golpe, ya que estaba bastante podrida.
El hedor de la sangre apestó todo de inmediato, provocando
que Drago frunciese el ceño. El espectáculo era dantesco.
La parte superior del cuerpo de Lindenberg colgaba ahorcada con
su propio cinturón de una de las lámparas ventilador
del techo, y la inferior se encontraba en el suelo, desnuda y con
la entrepierna... en realidad no veía dónde podría
haber ido a parar.
–¡Humh! –la chica lo despertó del horror
de aquella imagen. Estaba atada y amordazada en un rincón
de la cama, temblando, golpeada y maltratada. Dejó escapar
algunos sonidos, entre sollozos y tartamudeos, temblando con violencia.
–Por Dios... –exclamó Kaigan que, por unos segundos,
se había quedado horrorizado detrás del moreno. Se
cubrió la boca, apresurándose a desatar a la chica,
quitándole la mordaza.
–Fa... fa... fa... ¡Aaaaaaaaaaaaaah! –se echó
a gritar de pronto sin poder aguantarse, abrazándose al psiquiatra,
aunque no tenía idea de quien era.
Drago chasqueó un poco los labios, arrancando una de las
sábanas de la cama, y cubriéndola con ella.
–Sácala de aquí... –le pidió
mientras ya cogía el teléfono móvil para pedir
que fuera allí un equipo forense.
Kaigan asintió, rodeando a la chica por los hombros y ayudándola
a levantarse, aunque seguía sollozando descontroladamente.
Casi tenía que sostenerla él con su cuerpo. No era
para menos.
–Está bien, estás a salvo. Te llamas Abby,
¿no es así? –continuó hablándole
para distraerla, guiándola de espaldas al cadáver
para que no lo viese más.

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