Capítulo 59
Mon ange
El chico llegó saltando por el pasillo en una actitud sumamente
alegre, hasta detenerse frente a la puerta del despacho de Karsten.
Golpeó con el puño, esperando. Sabía que estaba
allí, siempre estaba allí a esa hora.
–Pase... –dijo el moreno, dejando a un lado la libreta
que estaba mirando. Definitivamente... no era Christian, ya que
él jamás llamaba. Seguramente estaba enfadado con
él.
Aya abrió la puerta, entrando y cerrándola tras de
él, acercándose al escritorio.
–Holaaaaaaaaaaaa...
–Hola –sentenció como si acabase de ver bajar
un platillo volante, mirándolo fijamente, con el cigarro
colgando de los labios –. ¿Sucede algo?
–Sólo quería verte –el chico sonrió
como si aquello fuese de lo más normal, y se apoyó
en el escritorio –. ¿Por qué estás tan
preocupado?
–No lo estoy... –frunció un poco el ceño,
sacudiendo la ceniza y desviando un poco la mirada mientras dejaba
salir el humo, continuando después con las libretas, sin
comprender su presencia allí. Cosa que tampoco le importaba
mucho para ser sincero –Bueno, ya me has visto... –murmuró
mientras pasaba las hojas.
Los ojos del chico bajaron un poco, observando las manos del profesor,
y rodeó el escritorio acercándose y abrazándolo
de pronto.
–Ríndete, jamás has sido capaz de apartarme.
Y yo jamás te he dejado solo, mon ange...
–¡Profesor Karsten...! –Christian irrumpió
súbitamente en la habitación, quedándose como
de piedra al ver la escena. Ni siquiera podía empezar a comprender
aquello.
Karsten, que se había quedado petrificado al escuchar aquello,
tenía una mano sobre el brazo de Aya, y miró a Christian
desconcertado.
–¿Qué? Dime... –le recibió inusualmente
amable, levantándose y todo, soltando al otro chico.
–¿Qué está sucediendo? ¿Aya?
–le preguntó el chico, ahora frunciendo el ceño
y dirigiéndose al moreno que aún se encontraba junto
al escritorio con la mirada baja.
El chico alzó la mirada, tenía los ojos aguados,
y observó a Christian por un momento, su gesto cambiando
poco a poco por uno de confusión.
–¿Qué hago aquí?
–Eso quiero saber yo.
–Christian... –Karsten frunció un poco el ceño
–No estaba haciendo nada del otro mundo. Lo mejor será
que lo acompañe junto a Martin –dijo apoyándole
una mano en el hombro para salir al pasillo.
–No, te estaba abrazando, lo vi –insistió Christian,
siguiéndolos y preguntándose si no lo habrían
estado tomando por idiota todo ese tiempo. A él y a Martin.
–Claro que no, yo no lo abrazaría... –protestó
Aya, enrojeciendo y bajando la cabeza de nuevo. No comprendía
nada, no recordaba haber llegado hasta allí siquiera.
–Pues eso hacías. Te vi. Profesor Karsten... ¿Usted
también me lo va a negar?
–¿Quieres esperarte un segundo? –preguntó
agobiado y con el ceño fruncido –¡Colman! –el
pelirrojo se giró a medio camino a lo lejos –Ocúpese
de Aya...
–¿Ha sucedido algo? –le preguntó, corriendo
hacia él.
–No –empujó a Christian dentro del despacho
y entró él después, cerrando la puerta a su
espalda.
–Profesor Karsten... –Martin llamó a la puerta
de nuevo, incrédulo con semejante comportamiento.
–Los dos están locos –murmuró Aya, mirando
a Martin con cara de estupefacción.
...
Dentro del despacho, la expresión agresiva de Christian
no había cambiado ni un ápice.
–Sé lo que vi, usted tenía su mano en el brazo
de Aya.
–¡No te confundas! Eso fue porque me desconcertó,
iba a apartarlo justo cuando entraste... y... ¡¿Por
qué tengo que justificarme si puede saberse?! Ni que nos
estuviéramos besando... –dijo agobiado –Como
si pudiera interesarme...
–¡Pues quiero saber por qué demonios lo estaba
abrazando! Y tiene que justificarse porque... porque... ¡¿Qué
cree que soy, eh?! ¿Hace esto con otros chicos?
–¡Ahg... por Dios, eso es imposible! –se volteó
de espaldas, repugnado con la sola idea –Te digo que no lo
sé, dijo que tenía ganas de verme y luego me abrazó.
Deja eso ya... –apoyó una mano en la mesa, pensando
en lo que le había dicho. No podía ser casual, ¿no?
Pero la idea lucía tan estúpida, que le daba vergüenza
decirlo.
–Pues entonces voy a tener que hablar con Aya. Esto no se
queda así –el chico se giró, rojo por la furia,
además de preocupado. ¿Qué podía pensar?
Primero le decía que quería estar solo y luego se
lo encontraba así. Tal vez Aya estaba tan obsesionado con
averiguar lo de Dirk que había recurrido a esos métodos,
pero no se lo iba a permitir.
–Ah... déjalo en paz... –insistió, sentándose
en el borde de la mesa, de espaldas a él y resoplando –No
fue él. No estaba actuando como suele hacerlo. En realidad...
me llamó algo que Dirk solía decirme –murmuró,
sintiéndose incómodo con aquello.
Christian lo miró, calmándose. Aya le había
parecido confundido por un momento, pero aún así...
eso sólo cambiaba su blanco.
–¿Cómo te llamó? ¿Qué
clase de relación tenías con Dirk?
–Por Dios... –suspiró, deseando pegarle un grito,
fumando y desesperándose a la vez –Una relación
normal. Puede que le prestase más atención que a otros
chicos, eso es todo. Deja de interrogarme.
–Una relación... ¿como la nuestra? –le
preguntó, claramente asustado. Empezaba a tener miedo de
no ser especial para él.
–¡¿Pero no te he dicho ya que no?! –le
contestó alterado, girándose para mirarlo, y obviamente
sin percatarse de lo que le pasaba al chico. Además, seguía
confundido por aquella sensación al escuchar de nuevo esas
palabras –Le gustaba meterse conmigo, y eso es todo. A mí
me agradaba estar con él, ya te lo dije... –se suavizó.
–Como conmigo... –murmuró Christian yendo a
sentarse decaído en el sofá del despacho –¿Me
ama, profesor Karsten?
El moreno lo miró incómodo.
–Yo no lo amaba, sólo me parecía agradable,
me calmaba, y me hacía sentirme mejor cuando me encontraba
mal. Deja de pensar cosas raras. Ya te he dicho que no era ese tipo
de relación...
–No me ha contestado –el chico lo miró a los
ojos de manera sincera y directa. Estaba seguro de que no lo haría,
no le diría esas palabras, probablemente, porque todo aquello
era una ilusión suya –. Tampoco me ha dicho cómo
lo llamó.
–Mon ange... –suspiró, sentándose a su
lado y sujetándole una mano, dejándose caer contra
el respaldo y mirando hacia delante, con el cigarro en la otra –No
voy a decirte eso... Lo que siento por ti, no es lo que sentía
por él. ¿Suficiente?
Christian asintió, sonriendo con tristeza.
–No tengo otra opción, ¿no es así? Lo
amo, así que no puedo hacer nada más, y usted no me
deja entrar en su vida.
Karsten torció una sonrisa en sus labios.
–¿No te dejo entrar en mi vida? –le preguntó,
sintiéndose extraño ahora por estarla sujetando –¿Y
qué es lo que quieres saber, Christian? –lo miró
a los ojos, serio de nuevo.
–Todo, quiero saberlo todo sobre usted –le contestó,
devolviéndole la mirada –. Y no quiero que se aleje
de mí cuando está triste o le pasa algo. Quiero poder
estar allí para abrazarlo y decirle que lo quiero –bajó
la cabeza, incapaz de contener las lágrimas por un segundo
más.
–Iba a emborracharme... ¿Alguna vez has visto a un
borracho, Christian? Eso es lo que soy, un borracho que cuando tiene
problemas bebe, cuando está bien, bebe... siempre tengo una
excusa... ¿Ibas a decirme que me querías mientras
me emborrachaba? Cuando tropezase con los muebles y vomitase...
¿Eso amas? –lo miró fijamente, el cigarro consumiéndose
entre sus dedos sin que volviese a fumárselo. Ese chico...
ni siquiera sabía de lo que hablaba, y la culpa era toda
suya, desde luego.
–Lo amo, no importa lo que haga –le contestó,
preguntándose si lo comprendía. Le sujetó la
mano, apretándosela –. No tiene que hacer eso, yo estoy
aquí. Y seguiré estando sin importar cuantas veces
me rechace o intente asustarme.
–No lo hago porque me guste... ¿No lo comprendes?
Es que no puedo dejar de hacerlo, lo necesito... ¡Tú
no...! –apretó las mandíbulas, no quería
gritarle –Ella no lo pudo soportar, una adulta, teníamos
un hijo, y aun así no lo soportaba. ¿Cómo vas
a hacerlo tú? ¿Cómo vas a cargar con el peso
que significa amar a alguien así? ¡¿Sabes el
sacrificio que conlleva?!
–¡No me importa! ¡Te amo! Y no me importa lo
que me digas... –Christian se puso de pie como si aquello
le diese más fuerza a su argumento, olvidándose completamente
de tratarlo de “usted” –Haré lo que sea
por verte feliz.
Karsten esbozó un amago de sonrisa, aunque esta vez era
sincera, a pesar de que seguía creyendo que no podría
soportar ese peso. Aun así... después de tanto tiempo
de soledad, deseaba creer en alguien otra vez.
–Ven aquí, insoportable.
–Insoportable serás tú, profesor amargado...
–le devolvió el chico, aunque acercándose y
abrazándolo con fuerza. No pensaba soltarlo nunca, sin importar
lo que le dijese.
–Tú sí que me amargas... –protestó
frunciendo el ceño, cogiéndolo de la cintura para
que se sentase sobre él a horcajadas, sin dejarlo apartarse
ni un centímetro –Quieres saber lo que sucedió,
¿no? Porque él lo sabía...
Christian asintió nuevamente, tocándole el cuello
con una mano y guardando silencio para no darle la oportunidad de
echarse para atrás.
–Nunca me ha gustado mucho la compañía, así
que, no pasaba mucho tiempo con mi mujer. Supuse que no sería
un problema, porque yo ya era así antes de casarnos. Pero
ella cambió de parecer... discutíamos a menudo...
y yo empecé a beber. Eso, como comprenderás, no mejoró
las cosas. Esa noche habíamos discutido de nuevo, me llamó
por teléfono y empezó a gritarme que llevase al niño
para casa, que era muy tarde... no sé qué más.
No le gustaba que me quedase solo con él, así que...
me metí en el coche enfadado, borracho, pero no podía
decírselo. Me gritó que si estaba borracho de nuevo,
y luego no pude retroceder... por esa... estupidez... –suspiró,
más furioso que otra cosa, apretando un poco los dedos en
la cintura de Christian –, cuando un camión perdió
el control frente a mi coche, no pude reaccionar. El coche volcó,
y Ángel se quedó muy grave...
Christian lo miró en silencio, observando sus facciones
y colocando su frente contra el pecho del moreno después.
–Debe haber sido muy duro para ti. Todavía te duele,
a cada momento del día –murmuró, demostrándole
que había notado aquella expresión de tristeza en
sus facciones. Ahora comprendía el por qué de esa
distancia –. Fue un error, nada más.
–Fue por orgullo. Un error que se cobró la vida de
mi hijo... y eso... es imperdonable. No puedo perdonármelo.
¿Comprendes? No puedo... –frunció el ceño,
sin saber por qué, apretándolo contra su cuerpo, besándole
una mejilla, como si fuera el chico quien necesitase ser consolado
–. Ella tampoco pudo, y conforme Ángel empeoraba en
el hospital, peores eran las discusiones. Me culpaba, y yo bebía
más y más... y cuando Ángel murió, tardó
poco tiempo en dejarme. En ese momento, y en los anteriores a él...
cuando todo se estaba desmoronando... Dirk estuvo allí para
mí, sonriéndome cuando nadie lo hacía, y ni
yo mismo podía mirarme al espejo. Y sin embargo, yo no estuve
para él, no pude hace nada por él. Se suicidó,
y yo jamás supe el motivo, ni siquiera sospechaba que algo
le sucediese... No valgo para nada...
–No es tu culpa, no podías saberlo –murmuró
Christian, esforzándose por no llorar de nuevo. Le partía
el alma escucharlo así, pero sabía que debía
ser fuerte para poder consolarlo –. Tu hijo... seguramente
te ha perdonado, él no querría que estuvieras triste.
Y en cuanto a Dirk... Vino a verte, ¿no es así?
–No sólo ahora, ni así. Lo sigue haciendo...
cada vez que me emborracho, cuando me siento mal –le dijo,
seguro ahora de que siempre había sido él –.
Pero eso sólo me hace sentir peor por lo sucedido, aunque
me reconforte. Puedo notarlo, ¿sabes? Cuando me abraza –estaba
serio, y su rostro se veía cansado.
–Quiere que te perdones, que seas feliz. Supongo que es por
eso... –contestó Christian, sintiéndose un poco
mal por estar celoso de un fantasma, pero podía comprenderlo
en ese aspecto. Él haría lo mismo en su lugar –.
Hay... algo más –añadió, no muy seguro
de si aquello lo ayudaría o de si sería peor.
–¿Qué? –lo separó un poco, para
mirarlo a los ojos.
–Aya dice que Dirk no se suicidó –le devolvió
la mirada, igual de serio, nervioso.
–Eso no es posible, yo lo vi. Lo descolgaron y... cuando
el director nos habló de lo sucedido, dijo que en la autopsia
no habían encontrado nada –frunció un poco el
ceño, pensando en Dirk. Lo cierto es que siempre había
sentido un injusto rencor porque ni siquiera se hubiese despedido,
habría tratado de detenerlo –. Pero jamás habría
dicho que él haría algo así. Esa misma mañana
había estado con él.
–No lo sé, es lo que dice Aya, dice que por eso se
arañó el cuello –le recalcó, aunque no
podía saberlo a ciencia cierta, pero el asiático había
sido poseído incluso. Por esa razón, se sentía
inclinado a pensar que decía la verdad.
–Su tutor era el profesor Lindenberg, no yo. Así que,
no pude encargarme tanto como hubiera deseado de ese asunto –le
explicó el moreno –. Aun así, si algo le hubiera
sucedido, algo como un maltrato o algo así... hubiera sido
un escándalo. Pero no creo que el director encubriese algo
como un asesinato, es descabellado.
–¿Nunca te dijo nada? Acerca de alguien que le hiciera
daño o algo así... Tal vez le viste algún moretón
–continuó preguntándole, a pesar de que no quería
torturarlo, pero se veía mejor ahora que su mente estaba
distraída en eso –. Queremos ayudarlo –le confesó
de pronto, aunque por su parte, él acababa de tomar esa decisión.
–No, nunca. Pero tampoco es que fuera por ahí vestido
como tú... –se burló, aunque sin muchas ganas
–Si hablo con el director de nuevo, pensará que estoy
loco. Pero... iré al almacén a por sus cosas.
–Tarde, fuimos anoche –le sonrió, haciendo la
señal de la victoria sólo por haberse metido con él
–. Recogimos algunas de sus libretas, y sucedió algo
muy extraño... dentro de todo lo extraño.
–¿Qué? ¿Que no quiero que andes por
ahí de noche? ¿Eso? –le preguntó con
el ceño fruncido, apretándole una nalga a modo de
regañina.
–No, pero gracias –se sonrojó un poco porque
se preocupase por él, pero aquella alegría no duró
mucho comparada con su preocupación –. Alex nos escuchó
y fue a ver qué sucedía... Dirk estaba con nosotros
en ese momento. Y no sé por qué, pero se espantó
y se puso a llorar, y Alex se llevó algunas de las hojas.
–¿Alex? Se llevaban bien, se sentaban juntos en clase.
Y me habló de él por una buena temporada, se veía
entusiasmado. Aunque después ya no tanto, pero creo que fue
por mi culpa, estaba pendiente de mí... Pero bueno, supongo
que por eso se llevó sus cosas. ¿Os acompañó
él entonces? –le preguntó confundido por la
extraña explicación –Tal vez él sepa
más que yo, si algo le sucedía.
–No, él no venía con nosotros. Sólo
Dirk... dentro de Aya, es extraño, lo sé –suspiró
Christian, aliviado de que fuese algo así.
Seguramente Alex también lo extrañaba entonces –.
También quería preguntarte si hay alguien más
aquí, alguien que estuviese cuando Dirk estaba vivo, además
de Alex, el profesor Lindenberg y tú.
–Claro, el director, la profesora de educación física...
hum... –se tocó un poco la frente, tratando de recordar
–La cocinera y las señoras de la limpieza. Creo que
nadie más. Pero no deberías estar metiéndote
en eso, si algo grave sucedió... –se quedó callado,
la policía no se interesaría por un caso así,
y mucho menos por el de un niño sin familia ni poder. Tal
vez eso era lo que había ocurrido, a nadie le había
importado su asesinato salvo a él y a Alex, ya que por lo
que había visto, sólo ellos habían estado afectados.
–Pues no puedo ignorarlo. Dirk está sufriendo y hace
sufrir a Aya, y... a ti. Además, si alguien le hizo daño,
creo que lo más correcto es que pague. ¿No es así?
¡Ah! Y Martin conoce a un detective –soltó de
pronto como si eso ya justificase cualquier cosa.
–¿Ah sí? –alzó un poco una ceja,
ya que Colman no era muy de su agrado. Claro que pensaba que lo
correcto era que pagase, pero las cosas no eran tan sencillas –Que
me hables del señor Colman... me recuerda, que te he visto
abrazarlo muchas veces, y yo no he montado ninguna clase de jaleo
como tú, ¿eh? A ver si ahora no te permito dormir
con Saint –trató de distraerlo, ya que no le gustaba
mucho que se metiese en todo eso.
–No es lo mismo porque yo soy muy cariñoso y es algo
completamente distinto, no como tú que rechazas a todo el
mundo... Bueno, y me dijiste que querías estar solo, ¿no?
¿Qué iba a pensar?
–Algo normal, para variar. Al menos podrías confiar
mínimamente en mí, ¿no? Se supone que me amas....
Entonces no tienes por qué creer que voy a aceptar al primero
que se me cuelgue encima. Ya te he dicho que no me gustan los hombres...
–le dijo al final por molestarlo en parte, aunque metiendo
las manos por dentro de sus shorts para tocarle las nalgas.
–Pero te gusto yo, y Aya es... Bueno, Aya no es como yo –reflexionó,
ya que a pesar de sus facciones delicadas, el chico no se veía
tan andrógino como él –. Es que soy celoso porque
te amo... No me puedes culpar.
–Claro que puedo, puedo hacer lo que quiera... –sonrió
malditamente, y le pegó una nalgadita –Tú eres
una cosa rara, y no cuentas como hombre. Lo que tienes que hacer
es dejar eso de creerte Detective Conan... y ponerte esa faldita
otra vez, pero sin nada debajo –se rio, apoyando la cabeza
en el respaldo.
–Ya lo tenía planeado –le respondió enrojeciendo,
pero sonriendo feliz por volver a verlo así –. Me pregunto
si podría resistirlo... si me presento a clase así.
–No, de ir así a clase nada... –frunció
el ceño y le dio de nuevo, sujetándole el cuello con
la otra mano como si fuera a estrangularlo –Te mato como se
te vea algo de más por accidente –lo acercó
un poco, tocándole los labios con la lengua sin soltarle
el cuello, sobre todo para que no se acercase de más –,
además, ni siquiera podría pensar.
–Podría pensar en mí –sonrió de
manera maldita sin apartar la mirada de sus ojos. No lo asustaba,
además, le había gustado eso de que lo castigase,
aunque luego sintiera que le ardían las nalgas.
–Ya lo estoy haciendo... –confesó, sonriendo
un poco y acercándolo con las manos en sus nalgas, sentándolo
sobre su sexo ya endurecido. Hacía tiempo que no despertaba
con esa facilidad –Póntela mañana, cuando salgan...
te compensaré por haberte dejado solo –le besó
los labios superficialmente, mordiéndoselos un poco y luego
acariciándole el cuello con los dientes.
El chico soltó una risita, mordiéndose el labio inferior
y deseando que lo besara de nuevo. Le hacía cosquillas.
–Si me quieres compensar, no vuelvas a dejarme solo. La próxima
vez que me digas algo así, me verás hasta en el baño.
–Esas cosas sí que prefiero hacerlas solo... –se
rio entre dientes contra su cuello, besándoselo y alzándole
la camiseta después, haciendo lo mismo con sus pezones y
succionándolos, alzando sus ojos negros para mirarlo. Nunca
había sido infiel, y por algún motivo... le había
molestado aun más que Christian lo pensase, aun así
no dijo nada, aunque le mordió de pronto aquella zona delicada.
Tenía que reconocer que él también era una
persona posesiva, tanto como para hacer cualquier cosa... sobre
todo si había bebido de más.
El chico cerró los ojos, respirando con fuerza y soltando
de pronto, en un tono melodramático.
–Aaaah, castígueme profesor Karsten. Me mueroooo.
–No, aún no... –siguió jugando en sus
pezones con la punta de la lengua, mientras sus manos le estrujaban
las nalgas –No tienes permiso para morirte, eres mío,
dilo.
–Soy suyo –le contestó. Había regresado
a su manera de hablar formal porque, en ese contexto, le excitaba.
Ya estaba jadeando, sintiendo aquella lengua torturarlo tan placenteramente.
De pronto llamaron a la puerta, y el moreno se levantó despacio,
aunque se había sorprendido. Le dio su libreta a Christian
y se la puso delante de la entrepierna, aunque eso no le restaba
lo rojo y excitado a su rostro.
–Llévate eso –le dijo mientras se sentaba tras
su escritorio, frunciendo el ceño contrariado –. Pase.
El profesor Lindenberg entró, mirando a Christian de soslayo
con desinterés.
–Tenemos que hablar –le dijo sentándose.
–Ahora... Corrige eso, Christian –le pidió Karsten
para que se fuera, aunque realmente sí tenía que corregir
unos ejercicios.
–Sí, profesor... –contestó el chico con
gesto de fastidio, y en realidad estaba fastidiado. Ahora lo dejaba
alborotado. Saludó al profesor Lindenberg, aunque sin muchas
ganas, antes de salir al pasillo.

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