Capítulo 40
Outside the confesionary
–¡Llegamos! –gritó Christian como si el
aviso del conductor no fuera suficiente. Se puso de pie, casi corriendo
por el bus, aunque le era imposible con tanta gente intentando salir.
–Espera... –le pidió Aya, que también
se había quedado dormido, siempre le sucedía con los
viajes largos. Miró por la ventana, observando el paisaje.
Era una especie de campamento con varias cabañas y mucha
vegetación a su alrededor. Nunca había estado en un
lugar así, y por lo que veía los otros chicos tampoco.
Afuera los del otro autobús ya habían llegado, y
el profesor Karsten hablaba con la mujer encargada de aquel lugar,
que les explicaba dónde estaban las duchas, a que horas había
agua caliente, y otras cosas. Todo eso sin dejar de menear aquella
cabeza llena de rizos grises.
El hombre le dio la mano y se despidió, colocándose
mejor la bolsa de cuero negro en el hombro, y aproximándose
a una de las cabañas del medio, decidiendo que era la suya,
y mirando qué tal estaban por dentro.
Martin suspiró, iba a decirle Christian que no se fuera
sin coger su bolsa, pero qué remedio, ya se la cogería
él. Miró a Aya, sonriéndole un poco –.
¿Me ayudas con las bolsas?
–Sí –asintió el chico, serio como si
le hubiese pedido algo importante. En realidad le había dado
vergüenza por lo aliviado que se había sentido al verlo
acercarse.
–Vamos –lo sujetó por la cintura, sonriendo
y saliendo del autobús con él, esperando a que el
conductor abriese la puerta para coger sus cosas y las de Christian,
dejando que Aya se ocupase de lo suyo –. Tenéis que
quedaros en esa –le dijo a Aya y a Saint, ya que a Christian
no lo veía.
Los habían colocado en un orden concreto, para estar seguros
en todo momento de dónde estaba cada uno, a pesar de que
el lugar estaba protegido con una valla, no fuera nadie a tener
la genial idea de escaparse.
–Vamos a estar igual que siempre, ¿verdad? No pienso
dormir con otras personas –le advirtió Aya por si acaso,
no como una petición, sino más bien como si ya hubiese
tomado esa decisión.
–Como siempre –le aseguró, ya que se había
preocupado de que así fuera.
–¿Y tú? –le preguntó Saint.
–Yo en la de al lado.
–No te separas de Aya... –murmuró el albino,
con una sonrisa malvada en los labios.
–Calla, tú qué sabrás de nada –el
pelirrojo le dio una colleja, suspirando con fuerza.
–¿Y Nathaniel? –le preguntó el chico,
que iba riéndose.
–Ni idea... no te separas de Nathaniel... –lo imitó.
–No parece adulto, ¿verdad? –Aya le preguntó
a Saint, por meterse un poco con el psicólogo.
Christian llegó corriendo como si de un huracán se
tratase.
–Ya vi en dónde duerme... –se detuvo al ver
a Martin, riéndose.
–Tooma –le dio su bolsa, sonriendo también –,
me estaban diciendo piropos. Que me veo joven y todo eso. ¿Tú
qué piensas? –lo sujetó por los hombros, riéndose.
–Agh... –Saint se rio, pegándole con su bolsa
en las nalgas –No era un piropo.
–No lo era –murmuró Aya, aunque estaba sonriendo
un poco también.
–A mí me parece que te ves genial. Te lo voy a quitar,
Aya –lo molestó Christian, el asiático enrojeciendo.
–¡No es mío!
–Pues no te alteres...
–No te alteres –se rio Martin, echándole la
lengua. Le importaba muy poco si se veía maduro o no, tampoco
comprendía qué tenía de bueno serlo.
–Hacéis buena pareja –se rio Saint al mirarlos,
los dos con los jeans ajustados, uno con la camiseta amarilla y
el otro rosa –, pero más bien parecéis hermanos.
–Somos hermanos de alma, separados por un cruel destino –se
rio Christian, señalando de pronto –¡Saint! Allá
va el padre...
Aya se rascó la nuca pensando que no tenían remedio
y sujetando la bolsa de Christian para guardarla, ya que no parecía
hacerlo nunca y lo estaba desesperando.
–No señales... –se rio Martin, pensando en el
pobre cura –. Ahora vengo, voy a hablar con él, mientras
colocad vuestras cosas en los armarios, y luego ven a buscarme,
Aya –le dijo, en realidad invitándolo a acercarse cuando
quisiera –¡Nathaniel! –lo llamó, aproximándose
algo rápido.
El albino lo observó fijamente, las confianzas que parecía
tener con “su novio”
–Bah... –murmuró, entrando en donde les había
dicho, y mirando las camas.
–¡Eh! Aya se lleva mi maleta... –Christian lo
siguió, aunque sólo estaba bromeando. Estaba doblemente
emocionado por estar fuera del orfanato.
...
Nathaniel se giró, saludando al psicólogo con una
sonrisa, aunque estaba cansado y no precisamente por el viaje.
–¿Qué tal? Están todos muy contentos,
¿verdad?
–Muchísimo. Supongo que fue una buena idea –asintió,
cuidándose de no decir mucho esta vez.
–¿Cómo van las cosas con lo tuyo? Vi que Saint
se sentaba a tu lado en el viaje. ¿Fue para molestarte? –preguntó
sonriendo un poco. Aunque sabía que era algo serio.
–¿Te diste cuenta? No sé si hablar con él
sirvió de algo o si ahora es peor –le contestó,
desistiendo inmediatamente de guardar el secreto.
–¿En serio? Dios mío... no se rinde, ¿eh?
–sonreía aún, aunque en realidad ya hasta un
poco de lástima sentía por el padre Nathaniel –No
creo que comprenda... muchas de las dificultades.
–¿Y qué crees que deba hacer? No puedo irme,
no puedo empujarlo, no puedo... hacer nada –se corrigió,
antes de decir lo que realmente había estado pensando, no
puedo aceptarlo.
–Es una situación bastante difícil, lo sé
–suspiró con fuerza, pensando en el chico, y en el
padre Nathaniel –. Creo que lo mejor es que le pongas límites
y reglas, puede tener una relación contigo, pero no esa clase
de relación. Es algo que debe comprender.
–¿Has hablado con Saint? –le preguntó,
sonriendo y pensando que sin importar las reglas que le impusiera,
el chico encontraría nuevas y creativas maneras de romperlas.
–Alguna vez, sí. Claro que no sobre esto, o sabría
que tú me lo has contado –sonrió, subiéndose
un poco las gafas, ya que al dejar la bolsa en el suelo se le habían
resbalado por el puente de la nariz –. Tienes un duro trabajo
con él, plantéatelo de este modo... Si consigues que
lo comprenda, seguro que vas al cielo –se rio –. Lo
siento –carraspeó después.
Nathaniel se rio, bajando la cabeza. Era gracioso, pero se sentía
un poco como si le hubieran dado la extremaunción.
–¿De verdad piensas que hago lo correcto quedándome?
–Eso creo, debes enfrentarte a ello, no huir, ¿no
crees? Por ti también –lo miró a los ojos, sonriendo
un poco –. Huir no solucionará nada.
El rostro del cura se puso serio, una vez más mostrando esa
expresión cansada.
–Pero quedarme tal vez lo empeore, aunque no puedo irme de
todos modos.
–¿Lo has hablado con él y se ha puesto terco?
–adivinó, preguntándose si le habría
hecho alguna clase de chantaje emocional.
–Amenazó con matarse –le respondió sinceramente.
Seguía pensando que era un truco infantil, pero no quería
que le probase lo contrario.
Martin pareció sorprenderse un poco, habría esperado
algo menos radical.
–Es difícil saber si habla o no en serio –comentó
pensativo, sentándose en la cama que sería del padre
Nathaniel –. Probablemente no se atrevería al final,
pero... es algo que no sabemos, y de todas formas, sigo opinando
que huir no es la solución para ninguno de los dos. Nathaniel...
¿piensas en él de “esa” manera?
–Claro que no – negó, tal vez con demasiada
vehemencia y sin mirar al psicólogo. No podía admitir
algo así, no podía admitírselo siquiera a sí
mismo.
–Porque si lo haces, y te vas. Bueno... sólo hay una
vida para cada uno de nosotros –se levantó, tocándole
un hombro –. ¿Los curas beben cerveza?
–Sí. No hay un voto en contra del alcohol –le
contestó, aunque su mente parecía estar en otro lado.
–Toma –abrió su bolsa, sacando una lata y abriéndosela,
cogiendo una para sí mismo después –. Creo que
si te vas porque no puedes resistir esta tentación, no harás
nada mucho mejor. Cuando estés solo y no puedas dejar de
pensar en él, o “peques” con su nombre entre
los labios... –suspiró, mirando por la ventana, los
chicos no dejaban de correr de un lado para otro –. Sé
de lo que hablo.
Nathaniel negó con la cabeza, bebiendo un trago largo de
cerveza y cerrando los ojos por un momento.
–No puedo, es que... ¿Qué quieres decir con
que sabes de lo que hablas?
–¿Cuenta como secreto de confesión? –se
rio, aunque no tenía mucha gracia, no debía hablar
de eso.
–Si eso quieres... No creo que nadie se moleste porque nos
saltemos la ceremonia –le contestó, sonriendo un poco
y sentándose.
–Yo también huí una vez... –sonrió,
moviendo un poco la lata –Y lo pasé mal, me costó
superarlo. No lo haré más, porque no soluciona nada.
No tienes que aceptarlo, tienes que... establecer esos límites,
demostrarle que no conseguirá nada de ese modo. Salvo disgustarte.
–Pero no lo hace, no consigue disgustarme. No es su culpa...
–el cura negó con la cabeza, bebiendo otro trago y
observándolo –¿Qué sucedió? ¿Puedo
saberlo?
–Me enamoré de un chico y... no soy bueno con eso
de no demostrarlo –se rio un poco –. Lo tomé
como un juego, pensé que... bueno, que no se daría
cuenta de por qué hacía lo que hacía. Nada
sexual, claro, sólo quería estar con él. Pero
finalmente me correspondió, y... me asusté –lo
miró a los ojos sinceramente –. Me fui como un cobarde,
y lo dejé colgado. Puedo decirte que me odia bastante ahora...
–se rio suavemente, rascándose una patilla.
–Tú... conseguiste conquistar al chico que te gustaba
y luego te fuiste... –Nathaniel asintió, sonriendo
un poco y notando sus gestos. No sería psicólogo,
pero sabía cuando alguien se sentía culpable –¿Nunca
pensaste en regresar?
–No... No puedo regresar, aquí me necesitan –suspiró
con fuerza, tomando aire –. Seguramente él ya lo habrá
superado y... como te he dicho, me odia. Además, le llevo
unos diez años, y sus padres no son lo que se diría...
comprensivos. Ya no me siento así de todas formas –lo
miró a los ojos, sonriendo un poco –. No quería
conquistarlo, supongo que sólo fue... natural. Me lo estaba
pasando muy bien, era más joven...
–Me refería a ese momento, no ahora –Nathaniel
le devolvió la mirada –Soy un cura terrible. Debería
decirte que es malo ser homosexual, que hiciste lo correcto, pero
ya no sé ni lo que pienso.
–No creo que sea malo, y no creo que Dios dictase ningún
mandamiento contra la homosexualidad –se rio un poco, ya que
siempre había pensado así –. En ese momento...
sí, continuamente, quería regresar con él,
pedirle perdón... quise morirme –le confesó.
–Eso lo puedo comprender... –murmuró ya sin
sonreír, acabándose la cerveza finalmente –.
¿Por qué te asustaste?
–Porque no había pensado que las cosas llegasen hasta
ese punto. Tuve miedo de lo que sus padres dirían si se enterasen,
de la sociedad, de perder mi empleo... De aceptar lo que sentía.
Y en resumen, tuve miedo de cómo mi vida podría cambiar.
De no saber qué podía pasar.
Nathaniel se pasó una mano por el rostro, suspirando.
–Es comprensible. Las cosas nunca son tan simples, ¿verdad?
–lo miró de nuevo, sonriendo un poco. No sabía
qué decirle realmente –. Tener miedo es algo natural.
Creo que eres una persona que aprende de sus errores, eso es algo
positivo –comentó, sintiéndose un poco hipócrita.
Esos consejos les valían a otras personas, no a él.
–Dime, Nathaniel... ¿qué es lo que te ocurrió
a ti? –lo miró a los ojos, sonriendo levemente –Déjame
entrar. No voy a juzgarte.
–Estaba enamorado de un hombre mayor. Yo era un chiquillo,
pero eso no impidió que lo buscase y él... me correspondió.
No pasó mucho tiempo para que la relación cruzase
al nivel físico, pero quiero que lo comprendas, los dos sabíamos
lo que hacíamos, los dos lo deseábamos. No es como
que él me sedujera o algo así... –le explicó,
mirándolo tan sólo un momento –Sin embargo fuimos
descubiertos y todo el mundo asumió que él estaba
abusando de mí. Y yo no pude... Tienes que comprenderlo,
mi familia es muy religiosa, muy tradicional... –cerró
los ojos, pensando en que no tenía por qué comprender
nada. No le valían las excusas, lo mirase por donde lo mirase,
había actuado mal –Yo debí defenderlo, decir
la verdad, pero estaba asustado. Sólo permanecía callado
y él... –Sintió que se le aguaban los ojos al
recordar su mirada.
Martin le pasó la mano por la espalda, aproximándolo
a su pecho.
–Esto nos pasa... por ser unos desviados... –sonrió
un poco, besándole el cabello, y tratándolo como si
fuera un chiquillo, pero no podía evitarlo, hacía
eso con todo el mundo –. ¿Por eso eres sacerdote? ¿Es
tu forma de expiarte?
Nathaniel asintió, mirándolo un tanto cohibido por
haberle confesado aquello.
–Yo lo metí en ese lío y luego lo traicioné.
No sólo engañé a toda mi familia, sino que
le di la espalda a él.
–Pero es comprensible. ¿Qué sucedió
con él?
–Tuvo que irse. No sucedió nada a nivel legal, no
había pruebas, yo no testificaría y de todos modos
mi familia no querría un escándalo de esa magnitud,
pero todo el mundo lo sabía –contestó, bajando
la mirada de nuevo.
–Supongo que te sentías demasiado mal para tratar
de ponerte en contacto con él de nuevo... –lo miró,
esperando que se lo confirmase.
Nathaniel asintió de manera lenta.
–No podría mirarlo a la cara. La última vez
que lo vi... –las lágrimas acudieron a su rostro sin
que hiciera nada por detenerlas, estaba un poco cansado.
Martin lo abrazó con más fuerza, sonriendo un poco
y haciendo que lo mirase a los ojos.
–¿Te ves un poco reflejado en Saint, Nathaniel? ¿No
quieres que sufra como tú?
El cura volvió a asentir, intentando controlarse.
–No puedo hacerle esto. Además... todo lo que estoy
haciendo ahora sería en vano, ¿no es así?
–No lo creo. Creo que tienes que perdonarte, lo que sucedió
fue normal. Estoy seguro de que él lo comprendió,
te conocía, sabía cual era tu situación, y
aun así decidió hacerlo, pero sabía los riesgos
que comportaba. No es como que lo engañases, Nathaniel –le
acarició un poco la mejilla, apartándole el cabello
–. Tienes derecho a ser feliz, del modo que tú elijas.
Y respecto a Saint... tú lo has dicho, nunca se rinde, ¿verdad?
–Jamás... –sonrió, pasándose una
mano por los ojos. No podía evitarlo, cada vez que pensaba
en Saint terminaba sonriendo –. Pero es imposible. ¿Cómo
me va a perdonar Dios si a la primera oportunidad me doy la vuelta
y vuelvo a caer en lo mismo?
–¿Cuántos años llevas siendo cura? –le
preguntó curioso.
–Ya van cinco años desde que salí del seminario
–le contestó más calmado, sonriendo luego, avergonzado
por haberse puesto así enfrente de alguien –. Odio
a los psicólogos... –le soltó, riéndose
sin poder evitarlo.
–Ah... todo el mundo es malo conmigo aquí, hasta los
curas... –se tiró hacia atrás sobre el colchón,
riéndose –Yo te absuelvo, Nathaniel, cinco años
más los de seminario, son suficiente penitencia. Normalmente
con tres avemarías y un padrenuestro lo arreglabas en mi
iglesia –se rio, pinchándole la cintura con un dedo.
–Sólo bromeaba –se disculpó, aunque sabía
que lo comprendía. A veces le salían ese tipo de bromas
–. Tu iglesia es muy relajada, ¿no?
–¿Tú crees? A mí me parecía suficiente
condena cuando me llevaba mi madre, con los calcetines de perlé
y arrodillado en pantalones cortos, destrozándome las rodillitas...
–se rio, tirándole un poco de la camiseta –Que
bien me caes, Nathaniel.
–Tú también me caes bien, Martin, aunque no
sé qué pensar acerca de tus consejos. ¿Te das
cuenta de que hablas con un cura? –le preguntó sonriendo,
pensando que era el primer amigo que tenía en siglos.
El pelirrojo cruzó los brazos sobre su propio pecho, como
meditando.
–Hum... creo que no me afecta como debería, para mí
sólo es un empleo como otro cualquiera. Sólo que con
un uniforme poco favorecedor, te sentaría mejor el de policía
–se rio, pegándole con una mano en el brazo –.
Cenemos juntos esta noche, mientras los chicos están en la
hoguera y eso. Seguro que si nos quedamos con los otros profesores
nos morimos de aburrimiento.
–De todos modos, creo que no se atreven a hablar con libertad
enfrente de un cura... Deben creer que se lo contaré a Dios
–se rio también, sentándose de nuevo erguido
–. Gracias, Martin.
–No hay por qué darlas, yo también te solté
mi rollo... –sonrió de nuevo, sentándose a su
lado y abrazándolo otra vez, acariciándole el cabello.
–Gracias por eso también –Nathaniel enrojeció
un poco porque lo tratase así. Lo hacía sentir como
un niño –. La mayoría de la gente sólo
confía en mí en el confesionario y eso porque tenemos
reglas.
–Qué perracos... –se rio, bromeando y separándose
un poco –Los curas intimidan, está en nuestro cerebro
desde hace mucho tiempo como para superarlo así como así.
Le intimidan hasta a los que no creen en Dios.
Saint los miraba desde afuera, había arrastrado a Aya hasta
allí, sólo para tener una excusa por la que acercarse
de nuevo a Nathaniel. ¿Qué estaban haciendo? Era molesto
verlos en aquella actitud.
–¿Qué hacemos aquí? –susurró
Aya, sujetándose las piernas y pensando que como los descubrieran,
Martin se iba a poner insoportable.
–Espiar... –le aclaró en tono de obviedad –¿Qué
hacen? ¿No se soban demasiado? Me estoy cabreando.
–No se soban, Martin es así y el otro es un cura –le
explicó lógicamente a su entender, aunque asomándose
un poco también –. A lo mejor lo está confesando.
–Si fueran así las confesiones, yo lo haría
todos los días –murmuró el albino, que estaba
frunciendo el ceño, y aún lo hizo más al ver
cómo Martin tocaba el rosario de Nathaniel, diciéndole
a saber qué, ya que ambos sonreían –. Ah...
vámonos, Aya. ¿Jugamos al fútbol?
Pero el chico se había quedado mirando fijamente a Martin,
serio. Finalmente exhaló como molesto, sujetando la mano
de Saint y llevándolo consigo.
–Sí, juguemos al fútbol. Es mejor que esto.

Continua leyendo!
|