.The Hanged- Novela yaoi / homoerótica para mayores de edad.
 

Capítulo 32
A dance is an interpretation of feelings

–Joder... qué rollo –murmuró Saint, abrochándose la camisa y suspirando con fuerza frente al espejo. De todas formas se había arreglado, ya que no le quedaba más remedio. Por lo menos, Martin le había alegrado un poco la previsión de la noche, con eso de jugar a esconderse por el jardín. Podía sonar infantil, pero a él le parecía una oportunidad para escaparse con Nathaniel si no iba a verlo.

Sintió como mariposas en el estómago de pronto, sólo de pensar en él. Además, ya hacía días que no lo veía.

–Seguro que la gente de afuera no baila estas cosas...

Aya los observaba desde la cama, en donde estaba sentado más o menos arreglado. No le gustaba ese tipo de ropa. Si lo hubiera pensado mejor, no hubiese accedido a ir.

–Yo siempre me arreglo –le dijo Saint al notar su mirada –, sería extraño si hoy hiciese lo contrario –se explicó –. Pero así vas bien –le dijo, sentándose a su lado finalmente –. Vete tú con ella.

–¿Qué? ¿Con quien? Ya te dije que no bailo –el chico enrojeció tremendamente, apartando la mirada y encontrándose con la de Christian. Ni siquiera se había dado cuenta de cuándo se había acercado.

–¿Por qué no? A ti te gustan las niñas, ¿verdad? Y a ella le va a gustar porque eres el chico nuevo y misterioso... Anda...

–Yo no soy misterioso, no quiero –se quejó de todos modos, pensando que mejor se quedaba allí.

–Vale, vale, ya voy yo... agh... –Saint se levantó, mirándose al espejo otra vez y suspirando con fuerza –. Pero como Nathaniel no venga a verme... iré yo –se decidió.

–Nosotros te cubrimos, ¿no, Aya? –Christian le rodeó los hombros como si fueran amigos de toda la vida, y el chico asintió, aún rojo.

–Sí...

–Vale –Saint suspiró, un poco nervioso, pero sólo por el padre Nathaniel, que además hacía tiempo que no lo veía adrede –, y a ver si es verdad que Martin los convence de que pongan música... normal, no de viejos.

–Eso, aunque yo quisiera bailar algo lento con el profesor Karsten, pero hoy va a estar gruñón seguramente. Me pregunto si puedo lograr que juegue a las escondidas.

–En todo caso, hasta eso es más probable que verlo bailar –se rio Saint, quien no podía ni siquiera imaginárselo, y por algún motivo le causaba risa.

Martin abrió la puerta, con aquella camiseta rosa chicle del primer día, dedicándosela a los profesores, y los jeans ajustados que tanto solía ponerse.

–¿Estáis listos? –les preguntó, aunque él venía por Aya.

–¡Martin! –Christian corrió a abrazarlo, sonriendo –Así te ves muy guapo...

Aya sólo alzó la cabeza, enrojeciendo aun más al verlo vestido de esa manera. Y luego se preguntaba que por qué no lo tomaban en serio.

–Tú también, bueno, siempre estás guapo –Martin le acarició el cabello, sonriendo un poco y susurrándole al oído –. Tienes que bailar conmigo.

–Voy a buscar a Teresa... –murmuró Saint, haciendo un gesto con la mano de que no le quedaba más remedio que ser educado, y despidiéndose.

–Lo haré –le aseguró el chico sonriendo y luego corriendo hacia Saint para darle un beso en la mejilla, susurrando –. Si no va el cura, crearé una distracción durante el juego...

–Vale –el albino le sujetó la mano, riéndose un poco –, acompáñame... o moriré... –dramatizó, llevándoselo mientras Martin se quedaba a solas con Aya en la habitación, para su “desgracia”

–Eh... Creo que ya nos tenemos que ir –Aya se puso de pie sin mirarlo, pero acercándose un poco. No sabía qué iba a hacer entre tanta gente. Mejor hubiera fingido estar enfermo.

–Vamos –el pelirrojo lo sujetó por los hombros como ya acostumbraba –. ¿Te gusta que haya venido a buscarte? –le preguntó con toda la maldad.

–Podía ir con Saint y Christian –murmuró casi para sí, aunque lo cierto era que sí se sentía más cómodo con él.

–Sí, pero prefieres ir conmigo –sonrió, observando a los otros dos chicos caminar delante, preguntándose si no le estaría privando de socializar, pero... Dios, si tan sólo pudiese ser un poco más maduro, pensó para sí.

–¿Por qué se viste así? No se ve serio –le contestó el chico, esquivando la pregunta e intentando cambiar el foco de atención como siempre.

–¿No te gusta? –le contestó preguntando.

–No dije eso, pero no es serio –Aya lo esquivó de nuevo, mirando a otro lado.

–Bueno, si a ti te gusta ya me llega –sonrió malditamente, preguntándose si no se estaría pasando, y al final se tomaría en serio los avances.

–Que no dije nada –murmuró, enrojeciendo y observando cómo Christian se reía, abrazando a la chica ahora, a pesar de que no era su pareja.

–Pero es obviamente deducible por tu respuesta... –murmuró –¿Prefieres ir con ellos? –le preguntó de pronto.

–Estoy bien así –contestó, mirándolo de soslayo y preguntándose si es que lo molestaba. A lo mejor sólo pensaba irlos a buscar para llevarlos rápido.

–Vale –el pelirrojo seguía serio y lo miró de soslayo, suspirando un poco al notar al profesor Karsten pasar por su lado, preguntándose si iba a decirle algo. Pero este sólo pasó de largo, deteniéndose luego un poco entre ellos y los chicos de delante, volteándose y regresando hacia atrás como si hubiera olvidado algo.

–Profesor Karsten –lo saludó el pelirrojo en alto, ya que había notado lo insociable que era e imaginaba que estaba escapándose de Christian.

El moreno le dirigió una mirada asesina.

–Buenas noches –remató, siguiendo su camino de retroceso de nuevo, sin ninguna vergüenza a que lo hubieran descubierto huyendo.
Sin embargo, el chico de cabello castaño también se dio la vuelta, echando a correr tras él.

–¡Profesor! ¡No se vaya! ¿No viene al baile?

–No me sigas, que he olvidado algo, ya voy –protestó.

–Miente... –susurró Colman en el oído de Aya.

–¿Cómo lo sabe? ¿Por qué miente? –preguntó el chico, girando el rostro para observarlo, sin reparar en que estaba siendo curioso de nuevo.

Pero no eran los únicos que se habían dado cuenta de que mentía.

–No importa, yo lo acompaño y así me escolta al baile –Christian sonrió, haciendo caso omiso de la petición del profesor y siguiéndolo.

–Bueno, es igual, vamos, vamos... –cedió Karsten, resoplando y empujándole un poquito la espalda para que caminase.

–¿Ves? –le preguntó Martin a Aya, sonriendo ligeramente y mirando después hacia delante.

Saint los miró, caminando al lado de aquella chica, que para su desgracia le había sujetado la mano, a pesar de que iba hablando con sus amigas, haciéndolo sentirse como un accesorio. Volvió la cara hacia el frente otra vez, suspirando algo apesadumbrado.

–¿Por qué va conmigo? –le preguntó Aya de pronto a Martin. Seguro que lo abandonaba en media fiesta y tendría que quedarse por allí sin saber qué hacer.

–¿Es que podría ir con alguien mejor? –le preguntó, mirándolo de soslayo y sonriendo un poco –Yo creo que no, mientras los demás bailan, tú y yo podemos aprovechar para comernos lo mejor.

Aya sonrió, enrojeciendo luego por haberlo hecho y murmurando para cubrirse

–Eso no es serio.

–Ser serio me aburre, y me canso rápidamente. Además... salen arrugas –le tocó el cabello con una mano, bajándola después por su nuca, sin recordar que Karsten estaba caminando detrás de ellos. Pero sinceramente, el profesor ya tenía suficiente con sus propios problemas, y ni siquiera se había fijado, en caso de que le importase aquello lo más mínimo.

–Profesor Karsten –lo llamó la profesora de los más pequeños, deteniéndolo por el brazo, y empezando a hablar con él de cosas innecesarias, obviamente para obtener su atención.

Christian por su parte, se apoyó contra el brazo del profesor, haciendo lo mismo y empezando a moverlo como jugando. Sabía que era una estrategia infantil, pero no le quedaban muchos recursos.

–¡Christian, para, por Dios! –Karsten suspiró tras haberle alzado la voz, pero es que lo estaban desesperando entre los dos –Hablaremos después –cortó a la mujer, sin percatarse, dejando que la estrategia del chico cobrara una victoria, continuando su camino y dejándola allí parada como una estatua.

El chico dejó las manos quietas, aunque iba sonriendo como si el profesor acabase de decirle que lo quería.

–Acabo de salvarlo, ¿o no?

–Calla... –murmuró frunciendo el ceño, tratando de contener la sonrisa que quería asomarse a sus labios.

Saint ya había llegado al salón, y no podía hacer otra cosa que buscar a Nathaniel con la mirada. Le pareció como si el corazón se le detuviese un momento al verlo allí, y además vestido normal. Aunque por algún motivo seguía teniendo aspecto de cura.

–Saint... –lo llamó Teresa, preguntándose qué era lo que tanto miraba.

Nathaniel alzó una mano al divisarlo, saludándolo, pero luego mirando hacia otro lado. Ya lo conocía y no quería distraerlo de su cita. Bueno, se lo había prometido. Lo vería bailar y luego regresaría a la iglesia.

El albino iba a alzar la mano para saludarlo, pero la bajó contrariado al ver que ya no lo miraba. Le daban ganas de gritarle.

–Vamos a bailar –le dijo a la pobre chica, arrastrándola un poco, aunque ella fuera ilusamente feliz.

La sujetó como Nathaniel le había enseñado, suspirando un poco y aproximándola más, mirándola a los ojos y notando lo roja que estaba, con la mirada huidiza. Por un momento recordó justo el mismo comportamiento en el padre Nathaniel y sintió como si se le hubiera prendido la bombilla.

Nathaniel regresó su mirada al chico, siguiendo sus movimientos sin poder evitar sonreír un poco. Se veía muy elegante en su manera de moverse. Sin duda aprendía rápido. Se llevó el vaso de refresco a los labios al darse cuenta de que sólo estaba mirando a Saint como embobado. Ni siquiera se fijaba en la chica más que para ver cómo la sujetaba.

Saint alzó la vista para observarlo, deseando tener siempre toda su atención, como en aquel momento. Le daba igual si estaba siendo injusto con ella, se giró de espaldas a él, apretándola contra su cuerpo, pensando en aquella cintura tan fina. La miró a los ojos, preguntándose si se sentía como él cuando estaba con el padre Nathaniel, pero ella bajó la vista avergonzada.

–Ven –le dijo Martin a Aya, tocándole después el hombro a Christian también, para que lo siguiera hacia la parte de atrás de las cortinas que había en la parte de escenario del salón de actos.

–¿A dónde vamos? –preguntó el chico japonés, curioso, sintiendo cómo Christian le rodeaba los hombros.

–No importa si es divertido. ¿Se lo puedo decir al profesor Karsten?

–Mejor no –Martin se rio, aunque no estaba seguro de cómo reaccionaría este, ni siquiera había estado haciendo caso cuando los profesores hablaban, y ahora parecía haber sido atrapado de nuevo por una profesora –. Vamos a cambiar la música, tomad –les dio dos cd’s para que escogieran, y les señaló por dónde podían subirse.

–Oh –Christian se rio emocionándose, así como Aya, aunque el segundo se preguntaba si no los iban a castigar –. Sube, sube y deja de mirar así, sube... –Christian lo empujó, yendo tras él, divertido.

Por un momento, el silencio reinó en aquel baile, los presentes sin tener otra opción que la de detenerse confundidos hasta que la música volviese a sonar de nuevo, pero lo que sonó al cabo de unos segundos ya no era aquella música tranquila y pausada que habían estado bailando hasta el momento, si no una mezcla estruendosa de rock and roll y techno.

Los profesores empezaron a moverse entre alarmados y extrañados, mientras Martin escondía a los chicos entre las cajas y trastos con él, esperando un poco.

Pero cuando los profesores trataron de ir a cambiar la música, las quejas fueron demasiadas como para luchar contra ellos. Momento que Karsten aprovechó para sentarse cerca de donde estaba la bebida de los adultos y servirse un vaso, Christian escapando a su vez, ya que con tanto alboroto nadie se daría cuenta. Se sentó a su lado, canturreando.

–Profesooooor...

Saint se giró, buscando a Nathaniel con la mirada, pero ya no estaba. Soltó a la chica y salió corriendo hacia fuera.

–¡Saint! –lo llamó, aunque el chico no le hizo caso.

Nathaniel había “desaparecido” justo antes de que cambiasen la música, y sólo se había detenido al notar aquel estruendo, pero suponía que era algo natural y de todos modos, él no pintaba nada allí. Lo mejor era llegar a la Iglesia cuanto antes.

Saint corrió tras él, sujetándole la muñeca con fuerza, aunque ahora no sabía qué decir, y tiró para voltearlo hacia él.

El cura lo miró sorprendido, deteniéndose.

–¿Qué haces, Saint? ¿Dónde está Teresa?

–Dentro –sentenció, sujetándolo para que bailase con él, tratando de reunir un valor que no tenía en ese momento.

–No, deberías regresar con ella –le sonrió, aunque se había puesto terriblemente nervioso de pronto –. No está bien abandonar a tu cita.

–Sólo le prometí un baile, para que dejase a Christian ir con Karsten ayer –le confesó, apretándole la mano, en señal de que no lo dejaría huir fácilmente –. ¿No vas a bailar conmigo?

–¿Por qué querrías hacer eso? Ya vi que bailas muy bien, no tienes que demostrármelo –se excusó, aunque estaba casi seguro de que ese no era el motivo.

–No es por eso –le dijo serio, consciente de que sabía lo que ocurría, o al menos lo sospechaba, pero no iba a dejarlo escaparse otra vez. Lo arrastró de la mano entre los árboles. La música sólo se escuchaba como un murmullo a lo lejos, y no era para nada lenta, sin embargo lo sujetó para llevarlo, empezando a arrastrarlo, ya que no cedía fácilmente.

–Yo no sé bailar esto –aún intentó protestar, pero empezaba a rendirse, ya que Saint parecía no aceptarle ninguna excusa. Tal vez si bailaba una sola vez con él se conformaría.

–Pues es igual, no la escuches –lo pegó contra él, sintiéndose nervioso, y a la vez ardiendo, pero no estaba excitado realmente. Era otra sensación, un calor asfixiante –. Hagámoslo como en la iglesia... sin música –lo miró a los ojos, empezando a llevarlo.

–Sí –asintió, entrecerrando los ojos y evitando por poco el decir en voz alta lo que estaba pensando: Nunca puedo decirte que no.

Empezaba a sentirse como un fallo, pero lo peor es que estaba disfrutando de aquello.

Saint sonrió al fin, sintiéndose un poco más calmado, aunque sin tranquilizarse en absoluto. Se preguntaba si él también se sentía así, con aquel calor insoportable. Se acercó más a él, pegando el rostro contra el suyo y bajando la mano por su brazo, de forma torpe hasta abrazarlo.

–Saint... –murmuró Nathaniel, apretándolo de pronto contra él, a sabiendas de que debería apartarlo de sí y regresar a la iglesia, pero era como si su cuerpo hubiese decidido actuar por su cuenta.

El albino sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, y le tocó la espalda con las manos, subiendo una hasta su nuca y girando la cara lentamente, con aquel calor insoportable que parecía nublarle la mirada, invadiéndolo. Sus labios se rozaron unos segundos con la quijada de Nathaniel mientras los entreabría, pero entre el temblor de su propio cuerpo y el calor, le parecía que aquel corto espacio de tiempo hasta decidirse a besarlo por fin, se hacía eterno. Finalmente no pudo soportarlo más y se forzó en su boca, aferrándose a él con fuerza y besándolo de forma torpe y urgente.

El cura protestó quedamente contra sus labios, rindiéndose finalmente y cerrando los ojos. Por unos segundos devolvió aquel beso como si no existiese nada más, sin pensar, sin seguir las reglas, hasta que se percató de lo que hacía. Sujetó a Saint por los hombros, apartándolo y girándose para continuar su camino a la Iglesia, incómodo y confundido.

El chico se quedó allí parado, en medio del camino, como si hubieran roto aquel beso con una bofetada.

–¿Nathaniel?... –lo llamó, corriendo después tras él, sujetándole la mano otra vez –Nathaniel...

–Detente, Saint. No deberías estar haciendo esto, estás confundido –Nathaniel lo miró a los ojos por un segundo, antes de apartar la mirada de nuevo –. Regresa al baile.

Saint se movió para quedar frente a su mirada de nuevo.

–¿Parezco confundido? –lo estaba, claro, pero no por sus sentimientos hacia él.

–Sí, sí lo pareces –le contestó, apartando la mirada de nuevo. Era su culpa, por supuesto que era su culpa, él había permitido que las cosas llegasen hasta allí –. Esto no está bien, y yo debo regresar a la iglesia.

–¿Lo odiaste? Lo que hice... –lo miraba fijamente, pero su mano temblaba un poco.

–No se trata de eso –el cura negó, alejándose un poco, como intentando buscar una ruta de escape. No quería lastimarlo, pero tampoco podía permitir que aquello siguiera –. Regresa al baile, Saint.

–¿Estás enfadado, por eso quieres que me vaya? –lo soltó, sintiendo como si el mundo, o más bien lo que más le importaba, se derrumbase. No debía haberlo besado –¿Te arrepientes?

–Sí, no debí permitir eso –contestó con sinceridad, mirándolo brevemente, sintiendo que se le destrozaba el corazón –. Regresa –murmuró, aquella simple palabra encapsulando todo lo que le pasaba por la mente en ese momento.

–Está bien... –se volteó, llevándose un dedo a los labios y mordiéndoselo un poco, mirándolo de soslayo y luego caminando de todas formas, de manera apresurada. No pensaba regresar, volvería a su cuarto.

Nathaniel alzó la mirada tan sólo en ese instante, para observarlo alejarse, esforzándose por no derrumbarse allí mismo. Se giró, caminando hacia la iglesia nuevamente preguntándose por qué era tan débil, por qué fallaba así. A ese paso no sería perdonado jamás, tal vez no lo merecía.


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