Capítulo 9
Always wanting more
–Eso ha estado perfecto, Saint. Cada día me sorprendes
más –Nathaniel lo felicitó sinceramente, colocando
la mano sobre la cabeza del chico, ya que estaba de pie a su lado,
y mirando la partitura, notando los cambios que le había
hecho –. Tal vez deberías tocar esto en la misa...
Si quieres, claro.
–¿Tú quieres? –lo miró, alzando
la cara y sonriendo.
–Me gustaría mucho, pero es tu creación –le
sonrió, asintiendo. Ya sabía que apenas estaba aprendiendo,
pero a veces le parecía desalentador que con ese talento
sólo lo escuchase él.
–¿Y me darás un besito si lo hago? –le
preguntó.
El cura se le quedó mirando, alzando una ceja.
–En la mejilla.
–¿Dónde si no? –le preguntó, haciéndose
el loco y mirándolo a los ojos.
–Aquí –le besó la cabeza, sonriendo,
pensando que no lo engañaba, ya conocía demasiado
bien esa sonrisa.
El albino se rio, un poco frustrado de que lo descubriese.
–Chris va a salir con el profesor Karsten, para ir a un museo.
Yo también quiero ir contigo a algún lado –le
dijo, como si aquello ya estuviese decidido.
–¿De verdad? ¿Ya ha obtenido el permiso? –le
preguntó un poco sorprendido, pero reflexionando –Tal
vez si visitamos el conservatorio... Pero nunca me han dejado a
cargo a uno de los chicos, no lo sé.
–Pero eres mi profesor de música, ¿no? ¿Cuál
es el problema? Eres un profesor después de todo, mejor que
un profesor, además eres cura –le sujetó una
mano con las dos suyas como reflejo de sus deseos de ir, sintiendo
después algo cálido al hacerlo, y apretándosela
un poco sin pensarlo. Y desde luego, omitiendo la información
respecto a Christian.
Nathaniel suspiró, colocando su otra mano sobre las del
chico como un reflejo también, deseando poder complacerlo.
No podía evitarlo, Saint siempre le despertaba esos instintos.
–Soy tu profesor porque tú me lo pediste, no es una
clase oficial –le recordó, suspirando de nuevo, pensativo
–. Hablaré con el director, pero no quiero que te entusiasmes
aún.
–Taaaardeeee –canturreó, levantándose
para abrazarlo, y bajando la cara contra su hombro, sonriendo.
El cura sonrió, enrojeciendo un poco, pero resistiendo el
impulso de apartarlo. Sólo era un abrazo inocente después
de todo, tenía que relajarse.
–¿Y si consigo que vayas con otra persona?
–No –se apretó más, como diciéndole
que no tenía escapatoria –. Eso no tendría sentido,
ir con otra persona, ¿con quién? Sólo te agrado
a ti –se separó él mismo. Como siempre, molestándose
a la mínima, en una actitud un tanto caprichosa, que sólo
tenía con él.
–Eso no es cierto, estoy seguro de que le agradas a mucha
gente. Y sólo preguntaba porque a lo mejor no me dan permiso
a mí, no estudié pedagogía –le aclaró,
para que no pensase que lo rechazaba. Lo cierto era que también
tenía ganas de acompañarlo.
–Pero sí... sociología –lanzó,
pero no tenía ni idea de lo que estudiaban los curas –.
Es igual, tiene que ser contigo –frunció el ceño,
caminando por la iglesia, y parándose delante del cristo,
ocurriéndosele de pronto, mirar abajo, a ver si se veía
algo bajo la sábana.
Nathaniel lo siguió, cubriéndole los ojos de pronto.
–Haré lo posible, no seas mimado, Saint –lo
sujetó por los hombros, girándolo y recordando cuando
tenía que bajar la cabeza para ver sus ojos –¿Qué
es lo que realmente quieres?
–Ir contigo a la calle –lo miró fijamente, observando
sus ojos rojos, serio.
–¿Por qué conmigo, Saint? –le preguntó
igual de serio, sin apartar la mirada.
El albino suspiró, guardándose las manos en los bolsillos.
–¿Por qué tantas preguntas? ¿Tanto te
extraña que quiera estar contigo? No lo comprendo...
–No, no es nada. Es sólo que... No es nada –le
sonrió, tocando su mejilla y alejándose un poco, estaba
pensando demasiado, como siempre.
A Saint le habría gustado abrazarlo por detrás, sujetarlo
y decirle que tenía razón. Que le gustaba, que lo
quería, que quería estar con él a cada minuto,
no, a cada segundo. Pedirle que lo mirase como a un hombre, y no
como a un chiquillo... pero... no tenía el valor suficiente.
Observaba su espalda, con las manos un poco temblorosas, y finalmente
extendió una, antes de rozar la del sacerdote, deteniéndose.
–Padre Nathaniel –lo llamó para que se voltease,
sin saber qué decir después.
–¿Sí? ¿Qué sucede, Saint? –el
hombre le sonrió, un poco recuperado, y se giró acercándose
de nuevo. No quería que pensase que lo rechazaba.
–No sé... –se rio nervioso, había enrojecido
un poco sin darse cuenta, y desvió la mirada, cosa que no
solía hacer –¿Te has molestado?
–Claro que no, Saint. ¿Por qué iba a molestarme?
–se acercó un poco para no asustarlo, tocando su rostro.
–No lo sé, por nada –se sentó en el banco
del piano otra vez, casi huyendo de él y mordiéndose
un poco el labio –¿Alguna vez tuviste novia antes de
ser cura?
–No, no tuve –confesó con sinceridad, enrojeciendo
un poco y evitando mirarlo también, aunque podía sentir
que estaba afectado –. ¿Te gusta alguna chica?
–No, pero me preguntaba a qué edad tienen novia los
niños normales... ¿A los dieciséis? –preguntó,
con las manos apoyadas en el banquito, y las piernas cruzadas.
–Sí, supongo que es una buena edad –Nathaniel
se acercó, sentándose a su lado y observándolo
más relajado –. Empiezan a interesarte entonces...
–No me interesan, sólo quería saberlo, porque
como van a hacer un baile estúpido de esos... dentro de unas
semanas, o... no recuerdo el día –le dijo, mirándolo
de soslayo y luego a sus propios pies de nuevo.
Nathaniel sonrió, creyendo comprender lo que sucedía.
–¿Sabes bailar, Saint?
–No, ¿sabes? –lo miró a los ojos, ocultando
la sonrisa, ya que parecía que estaba funcionando.
–Sí, mi madre me enseñó. ¿Es
eso lo que te preocupaba? –se puso de pie, extendiendo una
mano hacia él –No es nada difícil, además,
estoy seguro de que la mayoría de las niñas tampoco
sabrán hacerlo demasiado bien. Llevarás ventaja.
Saint lo miró indeciso, a la hora de la verdad, sujetándole
la mano nervioso y levantándose.
–¿No deberíamos hacerlo... en otro sitio? –lo
miró a los ojos, preguntándose para qué decía
eso, si a él le importaba un pepino la iglesia –Las
niñas están yendo a clases de baile de salón,
algunos niños también...
–¿Y por qué tú no? –le preguntó,
acercándolo, y haciendo que colocase las manos como si fuera
su pareja –No tiene nada de malo, sólo te enseño
a bailar, y eso no es un pecado. Sígueme, que luego tendrás
que guiarme tú –le aconsejó, empezando a moverse
con suavidad, recordando que a él también le daba
vergüenza cuando su madre lo guiaba, pero claro, él
no se lo había pedido en primer lugar.
–Yo prefiero tocar el piano –le dijo, apoyando la mano
en su hombro, y con la otra aún sujetando la de Nathaniel.
Él había pensado que sería un irrespeto bailar
en una iglesia, claro que... él estaba pensando en otras
cosas en realidad. Como en la proximidad de Nathaniel, en su olor
de nuevo, y esa mano en su cintura. Me va a dar algo, pensó,
siguiendo los pasos que el otro marcaba, y notando el corazón
acelerado. No podía dejar de mirarlo, y además se
sentía torpe, le parecía estar moviéndose como
un robot. Por no hablar del rojo de sus mejillas.
–Relájate –le sonrió el cura, observando
sus ojos, pensando que eran muy bonitos, especiales. Giró
sobre sus pasos, intentando que lo siguiera con más naturalidad
–. Siempre has sido bueno con el piano. Desde el primer día,
lo comprendías todo con tanta facilidad... –comenzó
a hablarle para que se distrajese un poco y no estuviera tan nervioso.
–Ya, sí, me gusta la música... –le contestó,
pensando que no había sido una repuesta muy buena, la verdad,
no al menos para tratar de mantener una conversación –¡No
me mires tanto! –le dijo riéndose, aunque era él
quien no apartaba la mirada tampoco. Se abrazó a él,
aún riéndose y escondiendo la cara. Se sentía
realmente feliz en ese momento.
–¿No vas a mirar a tu pareja? Así es como la
enamoras, la miras profundamente a los ojos, y en el momento justo...
la inclinas –lo inclinó, observándolo y enderezándolo
de nuevo, enrojeciendo un poco. No había sido algo muy atinado
de hacer si lo que quería era no avergonzarlo, pero había
sentido la tentación de hacerlo y no se había podido
detener.
–¿Qué, qué pasa luego de inclinarla?
–le preguntó Saint, después de recuperar la
respiración.
–Nada... porque debes dejarla deseando más. O... eso
decía mi madre –contestó, girando para que no
viera la cara que tenía. Por supuesto, él nunca había
puesto esas cosas en práctica, así que no podría
confirmarlo.
–Tú madre es un poco mala... –Saint suspiró,
pensando que era él quien se había quedado con ganas
de más –Voy a probar yo –le dijo sonriendo, apoyando
ahora él la mano en su espalda, y sujetándole la otra,
tal vez con una fuerza un tanto innecesaria por los nervios.
–Calma, la chica será más delicada que yo.
Afloja un poco la muñeca –le pidió, mirándolo
de nuevo ahora que se había controlado.
–Sí... –la aflojó un poco al notar que
lo estaba apretando, ya que hasta entonces, ni cuenta se había
dado, no podía evitar mirar al suelo ahora, para seguir el
movimiento de sus pies, alzó la vista de nuevo a sus ojos,
girando con él –¿Lo hago bien?
–Maravillosamente, te dije que no era algo difícil.
No a menos que planees ganar un concurso y en eso ya no puedo ayudarte
–se rio, moviendo un poco la mano en su cintura. Se sentía
relajado con ese chico, como si de alguna manera le diera paz.
Saint sonrió sinceramente, bailando con él, no quería
soltarlo nunca, pero no pudo evitar sentir el deseo de ir algo más
allá.
–Lo inclinas, y... –cambió el género
mientras lo recostaba hacia atrás sobre su brazo, aproximando
los labios a los suyos. Notando como si el tiempo se hubiera detenido,
y de pronto, sintiendo temor de que respondiese a aquello terriblemente.
Nathaniel aguantó la respiración, sintiendo que se
le disparaba el corazón, y pensando en que debía apartarlo,
pero su cuerpo no le respondía.
–y... y la dejas con las ganas –Saint regresó
al género femenino, tragando saliva y enderezándolo,
pegando un pequeño vote al escuchar su nombre desde la entrada
de la iglesia.
Chris se detuvo en donde estaba, preguntándose si habría
visto bien o no, y sacudiendo la cabeza.
–¿Estoy molestando?
–No, sólo le enseñaba a Saint a bailar. ¿Tú
también quieres aprender, Chris? –le preguntó
el cura, nervioso de más, apartándose del albino como
si quemara.
Saint miró a Christian, estaba enrojecido, y casi sentía
la interrupción de su amigo como un alivio.
–¿Ya... has acabado de hablar con el psicólogo?
–le preguntó, sujetando su mano.
–Sí, ya... incluso me hizo una entrevista para el
concurso. No le importa que me lo lleve, ¿o sí? –le
preguntó al cura, que parecía haberse vuelto de piedra,
aunque aún sonreía.
–No... Ya terminábamos, te veo luego, Saint.
–Sí, vale. Pero dirás mañana –le
dijo sonriendo, como si Chris le hubiera devuelto las fuerzas drenadas.
Lo soltó un momento, y le besó una mejilla a Nathaniel,
corriendo de nuevo con su amigo.
–Mañana... –el cura se tocó la mejilla,
sentándose en la silla del piano y tocando Sí bemol,
distraído. No tenía por qué ponerse así,
sólo había sido una broma del chico, seguro.

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