Capítulo 7
Tabula rasa
Karsten estaba escribiendo en la pizarra, destrozando un poco la
tiza por los bríos que se daba al escribir las fórmulas.
Esos chicos no sabían nada, lo ponían de los nervios.
¿Cómo podían habérseles olvidado cosas
tan básicas?
–Así es como se hace –dejó la tiza de
golpe en el encerado, frunciendo el ceño, y haciendo que
la niña que estaba a su lado lo mirase con algo de temor,
como deseando regresar a su silla cuanto antes. Se sentía
como si no saber resolver aquello fuera algo horrible, por cómo
se había puesto.
Saint sonreía, ya que él tenía bien el ejercicio,
y además comprendía un poco al profesor. Si él
estaba harto de repasar esas cosas del año pasado... ¿cómo
debía de estar él? Que seguramente llevaba años
y años repitiendo las mismas cosas.
–¿Quién sale a hacer el siguiente? –preguntó
sentándose en el borde de la mesa y frunciendo el ceño
aún. Todos lo miraban con cara de “Yo no, por favor”
Christian alzó la mano, impulsado por las ganas de acercarse,
aunque no tenía idea de cómo se hacía. De todos
modos, tarde o temprano tendría que enviar a alguien y quien
fuese no sabría hacerlo, así que lo terminaría
explicando él.
–¿Usted? –preguntó esbozando una sonrisa,
pensando que seguro que no tenía ni idea. Hoy le había
quitado otro prendedor del cabello, al pasar la lista. Se preguntaba
cómo era posible que tuviese tantos siendo un niño.
Esperaba que con el de hoy ya se le hubiesen agotado –. Está
bien, salga... –le invitó con la mano, seguro de que
lo haría fatal. Dado el examen que había puesto para
saber el nivel de los chicos... Christian era un ligero desastre.
–Sí, profesor Karsten... –asintió, pasando
a su lado y sonriendo de manera coqueta antes de tomar la tiza.
Se quedó en silencio por un momento sin saber qué
hacer, comenzando a inventar luego. Nunca se sabía, a lo
mejor acertaba.
–Uf... déjelo ya –le sujetó la mano
para que soltase la tiza y cogerla él. Era peor que la anterior
aún.
Saint se rio, preguntándose si es que el profesor era tan
inocente de no haberse dado cuenta, de que Christian sólo
había salido para molestar.
Karsten empezó a escribir en el encerado la fórmula
y después le devolvió la tiza, en vez de hacerle el
ejercicio como a la otra.
–Usa esa fórmula, venga... –le pidió frunciendo
el ceño, falto de paciencia.
–¿Eh? –el chico lo miró como decepcionado,
pero sonriendo –Vale, a ver... esto va aquí y luego
sumo esto... ¿no?
–¡No! ¿Me escuchas cuando te hablo? –le
gritó, empezando a hacerlo él mismo de nuevo, tras
haberle quitado la tiza.
–Profesor Karsten, llaman a la puerta... –le dijo
Saint, ya que lo veía tan metido en aquello que parecía
no haberse dado cuenta.
–Gracias –le contestó huraño el adulto
–, y tú no te muevas de ahí –le advirtió
a Christian. Pensaba ponerle otro después. Se levantó
y fue hasta la misma. Afuera estaba un joven pelirrojo.
–Yo no voy a poder ir. Lo siento… –le dijo el
que estaba afuera –Cosas del director –explicó
mientras trataba de entrar, pero el profesor le bloqueaba bastante
el paso.
–Pues entonces lo cancelaré –sentenció
el moreno, presionando.
–No puede hacer eso, no es optativo. Se hará, y después
me informará, gracias por su... colaboración –le
dijo el chico joven, subiéndose las gafas y entrando en el
aula con una sonrisa. Tras meter el brazo en el medio para hacerse
sitio. Qué hombre más persistente, pensó.
–Hola chicos –los saludó como había
ido haciendo por todas las clases –. Soy el nuevo psicólogo
y como supongo que ya sabréis, podéis venir a verme
cuando queráis, para hablar de lo que sea –se sentó
en el borde de la mesa como si nada. Dejando a Karsten aún
en la entrada, con cara de ir a matar a alguien.
–Me llamo Martin Colman, pero llamadme Martin –anunció
de forma agradable, mirando atrás un momento, al chico del
encerado, sonriéndole –. Siéntate un segundo
en tu sitio.
–Pero el profesor Karsten me mata, mírelo... –le
sonrió el chico, guiñándole un ojo como si
le hablase en secreto, acercándose un poco luego –¿Y
de paso puede decirle que no tiene nada de malo llevar horquillas?
Martin había alzado un poco una ceja, sonriendo.
–Siéntate, no va a matarte hoy, delante de mí,
estaría feo por su parte –se rio el pelirrojo, preguntándose
a qué se refería con eso de las horquillas –.
Luego ven a verme y hablamos de eso –le dijo en bajito, guiñándole
un ojo. No pensaba que fuera nada importante, pero era para ir conociéndolos
mejor.
Karsten se aproximó, permaneciendo de pie, cerca del encerado,
pensando que ya lo mataría después, cuando no estuviese
tan “feo” entonces. Vaya psicólogo... pensó,
bueno, él sabría qué métodos aplicar.
–Lo que vengo a deciros, es que la junta directiva nos ha
dado la opción de llevar a unos cuantos chicos por separado
a una exposición de arte. Pero… sólo puede ir
uno por clase, lo siento –explicó, gesticulando con
las manos.
Saint lo observó fijamente, pensando que era muy expresivo.
–El método es el siguiente. Tenéis que escribir
una especie de redacción –se levantó de un salto,
cogiendo una tiza y escribiendo en el encerado –. Contestando
a estos puntos: ¿Quién soy? ¿Qué es
lo que más deseo? ¿Qué es lo que me da más
miedo? Y por último… lo que queráis, podéis
contarme cualquier cosa, o incluso incluir un dibujo. La que mejor
hecha esté, será la que escoja e irá a la exposición.
Sólo uno, como ya he dicho.
Las voces de los chicos se alzaron en un bullicio entusiasmado,
Christian mirando al profesor y luego al psicólogo, curioso.
Realmente era joven y se veía agradable. Alzó una
mano, preguntando sin esperar a que le diesen permiso
–¿Iríamos con usted?
El pelirrojo miró al profesor sonriendo, pero este seguía
igual de serio o incluso más.
–La cuestión es que el día asignado a esta
clase no voy a poder estar, así que, quien gane tendrá
que ir con el tutor –les confesó, sonriendo, aunque
se sentía apesadumbrado por ello. Más aún al
ver las caras de trauma de los chicos. Debía ser bien antipático
aquel hombre –. ¿Alguna otra pregunta?
–¿Cómo está mejor o peor? Es algo personal,
no puede estudiarse o… nada –dijo Saint, mirándolo
intrigado. Claro, cualquier excusa para salir a la calle era bienvenida.
–La mejor será la más sincera, por supuesto
–le dijo el chico, sonriendo –. ¿Alguna otra
pregunta?
–¿Cuántos años tiene? –soltó
Christian, porque ya había decidido que él ganaría,
así que no tenía sentido seguir preguntando cosas,
pero de pronto su rostro se tornó preocupado –No, espere...
¿cómo sabe si alguien está siendo sincero?
–Veintinueve, y lo sabré –le guiñó
un ojo –. Así que no me contéis cosas como que
os dan miedo las películas de terror, o que lo que queréis
es la paz del mundo, porque esas las tiro a la papelera –se
subió un poco las gafas, con la sonrisa marcada en sus labios
–. ¿Algo más? A poder ser de la redacción,
si queréis hacerme una entrevista, tendrá que ser
en privado –se rio.
Saint miró a Christian, seguro que quería ir con
Karsten, por otra parte, pocos tendrían el valor de atreverse
a ir con el profesor, ni aunque fuera para salir de allí
por un rato.
El chico intercambió una mirada con él, sonriendo,
seguro de que lo comprendía. Aun así tendría
que hablar con él, sabía que Saint quería salir
de allí, aunque fuese por un día.
–A mí me dan miedo las películas de terror...
–susurró, de todos modos, bromeando.
–Te escuché... –le dijo Martin, riéndose
–, pero me refiero a algo que realmente os dé miedo
–los miró a todos –. Como... perder a alguien,
estar solo... algo que os ponga tristes tan sólo de pensar
en ello.
Saint se puso triste en realidad, sólo de escucharlo y pensar
en perder a Christian.
–Bueno, si no hay nada más... ya me voy. Disculpe
que le robase a sus chicos –le dijo entonces al profesor,
despidiéndose y antes de salir parándose en la mitad
–. El jueves tienen que estar esas redacciones. Se las entregáis
al profesor y él me las dará a mí.
Christian asintió, pensativo ahora, serio. Tenía
que trabajar realmente si quería ganar ese paseo, y quería
hacerlo. Sería maravilloso poder pasar todo un día
con el profesor sin que tuviese la oportunidad de huir a ningún
lado.
Karsten observó lo serio que estaba, sintiendo un escalofrío
recorrer su espina dorsal. No quería hacer eso, para comenzar,
pero que le tocase con aquel demonio, sólo empeoraría
las cosas. Acabaría por estrangularlo.
–Al encerado otra vez –le dijo de todas formas, sentándose
en su silla.
Christian lo miró, sonriendo tanto que ya parecía
que iba a brillar, y se puso de pie, dirigiéndose al encerado.
–Me alegro de que le guste estar conmigo... –comentó,
provocando que los demás chicos se rieran, ya que se habían
relajado un poco con la visita del psicólogo.
El profesor lo miró de soslayo, resoplando con fuerza por
no matarlo.
–Haz eso, o vas a quedarte conmigo, pero todo el descanso
a disfrutar de mi compañía hasta que te salga bien.
Saint sonrió para sí, pensando que el pobre profesor...
no comprendía para nada a Christian. Era un incauto.
–Oh, no –Christian se quejó de manera fingida,
empezando a resolver el ejercicio de muy mala manera, con aquella
sonrisita en los labios.
–Ah... no puedo más –susurró el moreno,
apoyándose en una mano con la frente y mirando a la carpeta,
con un codo sobre la mesa y apretando las mandíbulas –.
¡No es así! –se activó de nuevo, levantándose
y apartándolo un poco, corrigiéndole el ejercicio,
tras borrar de nuevo con aquellos bríos enfadados.

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