.The Hanged- Novela yaoi / homoerótica para mayores de edad.
 

Capitulo 4
Skirt chaser

Karsten llegó a la clase cinco minutos tarde, la verdad era que lo hacía con todo el propósito de dejarlos acomodarse primero, y así no tener que molestarse en empezar a gritos.

No se olvidaba de las redacciones, por supuesto, y pareció satisfecho cuando vio las dos sobre la mesa.

–Buenos días –dijo antes de dejar la carpeta en la mesa, recibiendo el saludo de respuesta de los chicos, y mirando a Christian, asegurándose de que en su cabello no había nada. Pero lamentablemente... había de nuevo un prendedor en su pelo, esta vez con un gatito rosa.

–¿Qué le dije ayer? –le preguntó enfadado, aproximándose para quitárselo. Notando algunas risitas por la clase.

–Que si usaba una falda, no había problema –sonrió el chico, poniéndose de pie y moviendo las caderas para demostrarle que llevaba aquella falda de cuadros rosa y violeta –. ¿No me va a decir que mintió, o sí?

–¿Cómo es posible? –casi exclamó incrédulo, enfadado, sujetándolo de la muñeca y llevándoselo con él medio a rastras, Saint asomándose un poco sobre su mesa, tapándose la boca porque no podía evitar reírse –Se va a quedar ahí de pie, castigado como si fuera un niño pequeño, ya que va a comportarse así –le dijo, poniéndolo de espaldas contra la pared del encerado.

–No me estoy comportando como un niño pequeño, me estoy comportando como una niña. Es lo que usted quería, ¿o no? –lo miró de soslayo sin voltearse, sonriendo malditamente. Si se ponía así sólo por eso, ya quería ver su cara cuando leyese el ensayo.

Saint se apoyó en su propia mano, para frenar la risa.

–Cállese –le dijo aún indignado al parecer, poniéndoles ejercicios a los demás, y cogiendo los trabajos de esos dos para leerlos, echándole una miradita de soslayo, sin poder evitar fijarse en sus piernas. ¿Qué clase de piernas eran esas para un chico?

Lo peor del caso era que, a pesar de estar obedeciendo y mirando el encerado, Christian no dejaba de mover las nalgas como si estuviese bailando alguna cancioncita que sólo él podía escuchar.

–¡Para! –se escuchó de pronto al profesor, que tenía la mano en la frente, y la vena hinchada de nuevo, mientras leía aquellos escritos. Lo miraba de soslayo, con cara de querer matarlo, incluso notó que daba un botecito por la sorpresa, y no sólo eso, el chico tuvo que aguantarse para no echarse a reír.

A cada momento que pasaba le parecía más divertido el profesor. Se preguntaba si le estaba gustando su historia acerca del profesor pervertido que les ponía falditas a los chicos y los iba a buscar de noche a su habitación para sugerirles que se dieran duchas.


...

Al final de la clase, el profesor se había quedado a solas con los dos chicos. Saint, a pesar de ser más silencioso y tranquilo, para el caso seguía siendo un demonio por dentro, y hasta se preguntaba si no le haría sugerencias al otro.

–Pero es que tengo que ir a clases de piano –insistió el albino –, y usted dijo que no le importaba el tema. Pues una historia de amor... ¿por qué no? –preguntó serio. Aunque por dentro se moría de la risa –Por favor, llegaré tarde...

–Eso me da igual, haberlo pensado antes de escribir una cosa así. Os mando que hagáis algo... ¿y esto es lo que me presentáis? –les reñía Karsten.

–Pero es que no puedo faltar a mis clases –siguió insistiendo, aunque en realidad era también por ayudar a su amigo, dejándolo a solas con él, notaba que le gustaba.

–¡Está bien! Váyase ya, y mañana trae otra, otra vez con un tema libre, pero píenselo bien, ya que no dejaré de mandarle que escriba otra, hasta que haga una en condiciones.

–Vale, gracias, lo siento. Haré una en condiciones –se disculpó educadamente, guiñándole un ojo a Chris cuando no los veía, y saliendo de la clase.

–Yo creo que le gustan y por eso quiere seguir la historia... –empezó Christian sobresaltándose al ver cómo lo miraba el moreno, y sonriéndole un poco.

–No me gustan nada. Puedo notar perfectamente lo que intentabais –lo acusó, mirándolo con las manos cruzadas casi delante de sus propios labios, y los codos sobre la mesa –. Además... –comenzó a esbozar una sonrisa maldita –, si un profesor pervertido hiciera algo así... –bajó las manos, aproximándose un poco a él –, no se quedaría en algo tan inocente. Si ni siquiera sabes de lo que hablas, no escribas eso. Sólo te ridiculizas, y lo peor es que crees que no –le dijo sin ninguna delicadeza, aún sonriendo –. Igual que con esa falda.
–Pero usted estaba mirando mis piernas. ¿O me equivoco? –le sonrió malditamente el chico, sin dejarse apabullar –A mí me gusta, y mi historia es como la de Saint, una historia de amor. ¿O es que le molesta que sea homosexual?

–Eso no me molesta –le dijo de forma áspera, aunque la verdad era que sí le resultaba incómodo. Era difícil pensar que aquellos chicos eran gays, tal vez todavía estaban a tiempo, estaba claro que no tenían ni idea de sexo, eso le aliviaba. Lo malo era que el psicólogo del centro se había jubilado anticipadamente, y el nuevo aún no había llegado, por una serie de problemas en el viaje. Se recostó contra el respaldo otra vez, mirándolo –. ¿Por qué haces esas cosas? ¿Te gusta llamar la atención? –le preguntó, en un pobre intento de comprenderlo, cuando sus dotes comunicativas eran tan escasas.

–Sí, pero también... es porque soy así. Me gustan las cosas cute, no puedo evitarlo. Y me gusta la cara que pone cuando se enfada –le sonrió, confundiendo las ideas a propósito por ver cómo reaccionaba.

–Las cosas cute... –repitió en un tono de voz reprobatorio e incrédulo a la vez, mirando las hojas de la redacción, y guardándoselas en la carpeta –Vete a jugar, o a lo que sea que hagas –le mandó, casi con desinterés –. Y quítate esa falda.

–Bien, pero eso sólo me da para el próximo capítulo –asintió tocándose la cintura y dejando caer la falda al suelo, confiado. Estaba seguro de que le gritaría, pero empezaba a pensar que era porque lo ponía nervioso. Le estaba hablando de tú nuevamente.

–¡¿Qué haces?! –el profesor se levantó rápidamente, al escuchar el sonido de la falda caer al suelo, y observarla allí alrededor de sus pies. Se agachó frente a él, y se levantó de nuevo, mientras se la subía y abrochaba de forma brusca, “luchando” con el clip extraño que la cerraba. Siempre se le había dado mal cerrar y abrir esas cosas. Recordó por un momento cómo su mujer solía decirle que era porque se ponía nervioso, y sus manos eran muy grandes –¡Póntela ya! –se la dejó de cualquier manera, sin conseguir abrocharla, meneando la cabeza, auténticamente furioso, cogiendo su carpeta para irse. Sólo le faltaba que ahora lo acusasen de manosear a sus estudiantes.

–¡Espere! –el chico lo siguió, abrochándosela a las prisas y casi corriendo a su lado –¿Seguro que no me quiere dar unas nalgadas? A lo mejor me corrijo...

–¡Sh! Claro que no, lo tuyo no tiene solución –le gruñó casi. Pero la verdad es que se las merecía, de haber sido su hijo... Suspiró con fuerza, calmándose un poco de pronto.

–Pues entonces ríndase. Si no tiene solución... Admita que no tiene nada de malo ser como soy –le sonrió ahora con dulzura, orgulloso de sí mismo y acercándose un poco más.

–Yo... niño –se paró un momento, sujetando la carpeta debajo de su brazo y quitándole el prendedor –, nunca me rindo –frunció más el ceño, guardándoselo en el bolsillo, abriendo con llave la puerta de su despacho.

–Yo, profesor... tampoco –le contestó el chico guiñándole un ojo y mostrándole la lengua, antes de añadir –. Y ahora sé en dónde queda su despacho –le advirtió antes de salir corriendo, riéndose.

–Agh... –murmuró el moreno, entrando y cerrando de un portazo, pensando que le daba dolor de cabeza ese chico odioso.


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