Capítulo 2
Kiss Me Hello
Goro se puso la camiseta delante del espejo y se pasó una
mano por el cabello, bajando por las escaleras de la buhardilla
y entrando en el cuarto de su padre. Tirándose sobre él
en la cama en plancha, riéndose como si ese fuera el modo
correcto de darle los buenos días. – Papá…
despierta, son las mil…
– Goro... te he dicho que no me despiertes así...
– protestó el moreno, perezoso, y girándose
luego para atrapar a su hijo. – Aprende a hacerte tu desayuno...
– le riñó por si era eso lo que quería.
– Pero es que si lo hago yo… no tiene amor paternal
y no me sabe igual…– se rió por la cara de mala
leche que tenía cuando se despertaba, acostándose
sobre él y adormilándose de nuevo.
– Manipulador... – murmuró suspirando y abrazándolo.
No podía evitar ceder ante el chico aunque a veces se preguntaba
si no lo estaba malacostumbrando. – No me despiertes para
dormirte. Anda, de pie o no nos levantamos... – sonrió,
ya que le estaba dando sueño de nuevo a él también.
– Sí… espera un poquito…– le sujetó
el brazo para que se estuviera quieto y ni se movió de encima.
– Hay luz en la casa de al lado, la vi por la noche. ¿Crees
que ya ha venido el médico?
– Llegaba ayer, ¿no? Y si hay luz debe ser que sí.
Porque no creo que ninguno de los vecinos tuviera las llaves. Y
mucho menos que vayan a ir a limpiar... – lo miró,
preguntándose cómo sería el nuevo médico.
Bueno, al menos era alguien dedicado si había aceptado quedarse
allí. Ninguno de los otros había querido.
– Es que tengo que ir… que quiero que me quiten la
venda esta ya y me digan si ya puedo dejar de ponérmela…
Estoy harto…– se giró en la cama y se acostó
a su lado sujetándole una mano, jugando con ella. –
Si aún no está instalado… yo igual le digo que
me mire si me la puedo quitar… – miró la mano
de su padre, pensando que era muy grande y poniéndosela en
la cara.
– Si tuvieras más cuidado no tendrías que llevar
una venda en primer lugar. – suspiró, acariciándolo,
seguro de que su hijo era lo más revoltoso del mundo. –
Bien, pero no vayas a molestar. Si te dice que no puede atenderte,
regresas más tarde. No te pongas necio, ¿eh?
– Lo intentaré… – se levantó de
golpe y se sentó en la cama, pasándose la mano por
el cabello y pensando que ahora tenía que peinarse de nuevo.
Igual… no le ponía mucha atención. –Ya
podía ser un médico joven y macizo…– se
rió pensando que eso sólo ocurría en sus sueños.
Ahí no se acercaba alguien así ni de casualidad. De
hecho, pensaba que su padre era el hombre más atractivo del
pueblo y estaba seguro de que eso no era muy sano.
– Seguro es un anciano al que le gustan mucho los niños...
– se rió, convencido de su mala suerte. Por otra parte,
¿quién más se comprometería así?
Tal vez alguien muy joven e idealista, pero lo dudaba bastante.
Se sentó también, apartando las sábanas y girándose
para colocar los pies en el piso frío. – Me acosté
muy tarde anoche...
– A saber qué andabas haciendo…– comentó
con voz sospechosa aunque ya sabía que no había hecho
nada aparte de arreglar relojes o como mucho ver tele.
– Trabajando, ¿qué más? – lo miró
de soslayo dándolo por imposible. – Voy a vestirme
y te hago el desayuno. Que luego eres capaz de pedirle comida al
médico.
– Ay si tiene algo que me pueda comer quien sabe…–
se rió levantándose de la cama y haciéndose
el pervertido.
– No tiene nada que te puedas comer. Los niños no
comen... esas cosas – finalizó, dándole con
suavidad en la cabeza y poniéndose de pie para dirigirse
al baño.
– Pero ya no soy un niño… el año que
viene hago dieciocho… – se quejó a medias aunque
él mismo sabía que era tan maduro como hace años,
o sea… nada. – Es igual… no es como que vaya a
comerme un rosco aquí… Ayer por la noche…–
lo persiguió al baño y se apoyó en la pared.
– Estuve hablando con un amigo por Internet y me dijo que
él lo hacía todos los fines de semana y tiene dieciséis…
– Y por eso vivimos aquí. No estás en edad
de esas cosas y tu amigo menos aún... – suspiró,
empezando a lavarse la cara secándose luego con una toalla
pequeña. Ni loco quería que su hijo aprendiera esas
costumbres, los chicos de ciudad crecían demasiado rápido.
– Además, esa clase de cosas no se hacen con cualquiera...
– Ya… pero aquí no lo puedo hacer con nadie…
ni con cualquiera ni nada…– suspiró guardándose
las manos en los bolsillos y mirándolo, seguro de que él
también se sentía muy solo, más que él
probablemente. –Tampoco es que quiera hacer eso… –
le tranquilizó.
– Lo sé, eres un buen chico, Goro. Desesperante, pero
buen chico... – le sonrió luego de haberse cepillado
los dientes, regresando a la habitación para ponerse unos
jeans y una camiseta gastada. Sabía que tenía razón
Goro. Había permanecido solo desde que Naoko se fuera. E
incluso antes de eso ya se sentía bastante solitario. Pero
no podía irse. Aquel pueblo era todo lo que conocía
y el lugar en el quería criar a su hijo. – No hay prisa.
Tal vez conozcas a alguien cuando vayas a la universidad... –
sugirió sintiendo que le dolía el pensar en separarse
de él.
– Ya… pero es que yo no me quiero ir a la universidad…
Me quiero quedar contigo. – se mordió una pielcilla
en un dedo y bajó la vista ligeramente. Lo cierto es que
le atraían todas esas historias que le contaban sus amigos
en Internet sobre el ambiente gay que había en las ciudades
y las fotos que les pasaban de los chicos de allí…
No se parecían en nada a los de su colegio… Aún
así no quería separarse de su padre y tampoco dejarlo
solo en el culo del mundo. – Si me voy, te llevo conmigo…
así te buscas un jovencito macizo con la piel bronceada en
solarium…– se rió.
– Claro que no... – le riñó bajándole
la cabeza con una mano. – No andes diciendo esas cosas por
ahí. Además, no es mi tipo... Y tienes que ir a la
universidad porque como no me ayudes a reparar los relojes...
– Suena tan apasionaaante… – el moreno se rió
y le dio un empujoncito. – Pero yo quiero jugar al baloncesto,
no estudiar… – bajó los escalones hasta la planta
baja y abrió la nevera bebiendo del cartón de leche
directamente. – Eh, papá…– se giró
de pronto y lo miró sujetando el cartón. – ¿No
te gustaría tocar a un hombre?
– No hagas eso – le quitó el cartón de
leche haciéndose el desentendido y buscando algunas cosas
en la nevera. – ¿Quieres una torta?
– Sí… pero no que me la pegues…–
se rió notando lo que hacía. – Dime… no
seas pelma, yo te lo digo todo… ¿no piensas en eso?
¿En como será tocar a un tío? Porque yo lo
pienso todo el rato… y toqué a una tía de mi
clase… estaba blanda… no creo que sea lo mismo…
– ¡Pues no la toques! – negó con la cabeza
resignado. – No le preguntas esas cosas a tu padre, es irrespetuoso.
Y ¿por qué tanto interés ahora?
Goro se quedó mirándolo serio y algo rojo porque
le hubiera reñido. – No tengo hambre. – sentenció
saliendo de la casa con los ojos aguados, mordiéndose un
poco el labio inferior. Sorbiendo con la nariz un momento y frotándosela,
llamó a la clínica y se pasó la mano por el
cabello para ver si se quitaba ese aspecto.
El hombre que le abrió estaba en pantalón de chándal
y sudado. Llevaba una pesa en la mano. No sabía si era por
la desnudez o porque era una imagen inesperada además de
bizarramente erótica a pesar de no ser su tipo para nada
pero se había quedado sin palabras por primera vez en su
vida.
– ¿Qué pasa? ¿Te has hecho daño?–
el hombre dejó las pesas a un lado y se secó con la
toalla que llevaba en la espalda, poniéndose una camiseta
que acababa de sacar de una caja, preguntándose si es que
ese chico pensaba que los médicos siempre iban en bata y
era por eso.
– Tengo… una venda…– le explicó
a medias haciendo que el doctor lo mirase con cara de que no comprendía
muy bien. – Una venda que me pusieron y quería ver
si me la podía sacar… – se arrancó de
pronto entrando en la clínica por fin y mirando alrededor.
– ¿Qué te hiciste?...– preguntó
el mayor poniéndose la bata por encima por apariencia y cogiendo
las gafas para buscar su ficha entre las del anterior doctor.
– No sé… me hice daño en la rodilla…
– Bueno… – el hombre se sentó en el borde
de la mesa y lo miró de soslayo. –Sácate el
pantalón y siéntate en la camilla mientras miro esto.
– Vale…– contestó algo cohibido, mirando
a la ventana y pensando en el grito que le había dado su
padre.
– ¡Ah! – el nuevo grito provino de la puerta
del consultorio. Aquel chico, ataviado aún con pantalones
de pijama y una llamativa camiseta color rosa fuerte, lo señaló
como si fuese lo más extraño que hubiera visto en
su vida.
Goro lo miró de pronto y se cubrió con el pantalón
enrojeciendo de nuevo. – ¡¿Qué?!–
preguntó más que nada por el susto.
– Es mi hijo… que no sabe llamar a las puertas. –
le aclaró el doctor que le quitaba la venda pensando que
debía habérsela sacado hacía tiempo ya y frunciendo
el ceño por el comportamiento de su hijo.
– ¡Ah! ¡¿Te vas a quedar?!– preguntó
alucinado.
– ¡Sí! – sonrió el chico, emocionado
por haber encontrado a alguien joven, acercándose y abrazándolo
como si fueran amigos de toda la vida. – ¿Eres el único?
Creí que sólo vivían viejos aquí. Y
un niño... No me digas que tú eres el niño.
– Sí, debo ser yo porque de todos modos no hay nadie
más joven…– se rió aún más
rojo y sin creerse que por fin fuera a haber alguien joven en el
pueblo… y no sólo eso claro… pero mejor no fijarse
mucho mientras estaba en calzoncillos.
Okuma le sujetó la pierna para que se estuviese quieto y
Goro lo miró un momento, distrayéndose de nuevo con
el chico al segundo. – No me lo creo, creía que me
iba a morir todo el verano rodeado de viejos… ¿de dónde
eres? Porque de por aquí ya se ve que no…
– Tokio... es mi primera vez en un pueblo. Yo también
pensaba que me iba a morir. – lo soltó por fin, aunque
algo reacio. Lo cierto es que tenía muy buen cuerpo, justo
como le gustaban. – ¿Vives aquí o sólo
estás de visita? ¿Qué te sucedió? –
se sentó en la camilla a su lado como si fuera una visita
social más que una consulta con su padre.
– No, nací aquí… – le explicó
sin dejar de sonreír. De hecho, ya quería que acabasen
con su pierna para irse con aquel chico a dar una vuelta. –
Estaba jugando al baloncesto en clase y me caí no sé
cómo que luego me dolía la pierna rayos… jo…
eres de Tokio… qué suerte… seguro que odias esto…
no me extraña…
– Toma… ponte esto y esto…– le dio una
malla para la rodilla y una crema. –Dos veces al día…
y no hagas deporte por el momento…
– Sí, vale, gracias…– el chico saltó
de la camilla poniéndose los pantalones y dándole
la espalda al otro chico por vergüenza – ¿Quieres
venir a dar una vuelta o estabas haciendo algo? Porque si aún
estas colocando las cosas puedo ayudarte… o lo que sea…
que me muero de asco…
– No, apenas me levanto. Si quieres sube a mi cuarto mientras
me cambio y luego salimos... Así me puedes mostrar el pueblo
como se debe... – le sonrió, sujetándose de
su brazo.
– ¿Duermes en la buhardilla también? Ayer vi
que estaba la luz encendida… pero pensé que bueno…
que sería otro viejo…– se rió, subiendo
con él sin creerse lo que estaba pasando, casi le parecía
un sueño bizarro, tenía ganas de ver su cuarto. –
¿Cuántos años tienes?– preguntó
notando que era bastante más bajo que él, pero eso
no era una novedad teniendo en cuenta su altura.
Okuma los observó subir alzando una ceja. Se sentía
un tanto ignorado y aunque eso no le desagradaba… se preguntaba
si ese tal Goro no sería el legendario tío bueno que
su hijo había hipotetizado. Ya le estaba dando dolor de cabeza
sólo de pensarlo… y más aún porque ahora
su hijo se había salido con la suya y no iba a ayudarlo a
limpiar.
– Dieciocho ¿y tú? ¿Aún vas en
la escuela? Ah sí, me lo dijiste antes... – lo dejó
pasar a su cuarto que en tan sólo una noche ya había
decorado con pósters de grupos de rock y algunos objetos
bizarros que le habían agradado. Se metió tras el
biombo que había rescatado la noche anterior, quitándose
los pantalones de pijama para ponerse unos jeans a la última
moda. – No le hagas mucho caso a mi padre por cierto. Parece
gruñón pero en realidad es muy agradable.
– ¡¿Eres más mayor que yo?! No lo pareces…–
se sentó en la silla del ordenador, observando la sombra
del chico a través del biombo y desviando la mirada rápidamente
a los pósters que había por el cuarto. –Y no
te preocupes, no me cayó mal tu padre, el mío sí
es idiota… Bueno, no… No lo es pero estoy cabreado…
–se retractó sintiéndose culpable.
– ¿Ah, sí? – Seki sacó la cabeza
por una esquina del biombo, sonriendo. – Dime por qué...
– volvió a ocultarse, acomodándose el colgante
en forma de estrella de su oreja y saliendo por fin.
Goro lo miró enrojeciendo un poco de nuevo y girando en
la silla sonriendo. Le agradaba cómo se veía y su
aspecto, mejor no pensaba mucho en eso pero le gustaba mucho, era
la primera vez que conocía a alguien como él. –
Por tonterías… cree que tengo cinco años…
por eso… ¿vas a la universidad?
– Sí, estudio diseño de modas... – se
sentó a su lado, sonriendo. Le iba agradando el chico además
de su cuerpo. Y con ese sonrojo... – Todos los padres creen
lo mismo. Mi padre, por ejemplo, no admite que soy gay. Pero así
es más divertido.
– ¡¿Eres gay?! Y me lo dices así como
si nada…– se rió y lo miró a los ojos.
Parecía ser mucho más maduro que él y más
soltando aquello como si nada. – ¿Y tienes novio?
– No, tuve uno pero lo dejé por idiota... –
exhaló, recordándolo y luego mirando al chico de nuevo.
– No te molesta ¿o sí? Seguro te parezco una
cosa rara...
– No, yo también soy gay pero… nunca se lo había
dicho a nadie en persona… por Internet… y eso…–
tocó el teclado del chico y lo miró de soslayo enrojeciendo
de nuevo y tremendamente serio.
– Oh, sí, imagino que en un pueblo así... –
lo continuó observando, agradecido interiormente de haber
nacido en la ciudad. Se le acercó de pronto. – Y ¿ya
has besado a alguien?
– A una chica… porque bueno…– se rió
empujándolo con suavidad porque lo ponía nervioso.
– Quería probar y además no dejaban de molestarme
con eso los de mi clase… y no quería que dijeran que
soy gay o eso…
– ¿No querías? Pero si lo eres... Ya entiendo...
– sonrió, acomodándose el cabello ahora. –
¿Quieres besarme a mí? No me molesta... No se lo diré
a nadie.
Goro lo miró nervioso, ¿le estaba tomando el pelo?
Tragó saliva enrojeciendo de nuevo, reído. Había
fantaseado con cosas así multitud de veces, no podía
ser verdad. – ¿Tú quieres que te bese?
Seki se rió al ver la cara que tenía el chico. Lo
estaba poniendo nervioso, eso se veía. – Sí,
eres guapo. Y además... sé que quieres besarme...
– canturreó un poco colocando sus labios frente a los
del chico.
– No seas idiota…– se rió notando que
temblaba un poco, sintiéndose un tanto presionado, ahora
le parecía casi un examen. Apoyó los labios contra
los suyos, sintiendo un golpe de calor y separándose un poco.
– No sé cómo te llamas… – anunció
de pronto como si fuera algo sumamente importante para besarlo.
– Seki... ¿Y tú? – le preguntó
sujetando su rostro con delicadeza, y mirándolo a los ojos.
– Son muy bonitos...
– Goro… Me gustas…– le miró a los
labios un momento sintiendo que tenía las manos congeladas,
aunque probablemente era porque le ardían las mejillas. Le
apoyó una mano en el hombro para besarlo profundamente esta
vez, cerrando los ojos y deslizando la lengua suavemente, sintiendo
que se le salía el corazón del pecho. De haber entrado
alguien en ese cuarto de pronto seguramente le habría dado
un infarto.
Seki lo rodeó con los brazos, profundizando el beso y cerrando
los ojos. No estaba mal, era distinto a como besaban sus amigos.
Se le pegó un poco alargándolo hasta más no
poder, finalmente separándose y sonriendo. – ¿Qué
tal?
– Muy bien… estoy... estoy empalmado…–
se rió pensando que no sabía hablar, prefería
decírselo que tener que disimularlo lo cual tampoco era tan
fácil en su caso por otra parte. Se tapó un poco con
el brazo de todos modos. – ¿Has besado a muchos tíos?
– Sí, a varios. Me gustan los besos y tú...
eres bastante bueno. – se relamió, poniéndose
de pie y halándolo por las manos. – Vamos, tienes que
enseñarme el pueblo. ¿Qué haces para divertirte,
además del basket?
– .No, pero espera un momento…– se asomó
a la ventana para que le diera el aire fresco – No quiero
que tu padre me mate… y tampoco ir por ahí con la asta
alzada…– se rió pensando que era un descarado.
De todos modos, ya estaba acostumbrado por la gente con la que hablaba,
en directo era distinto claro. – No hay mucho que hacer, me
aburro mucho… así que me voy por el monte y eso…
Hay un lago… pero sólo se puede ir ahora en verano,
en invierno se congela… y bueno… se puede llegar en
bici al pueblo de al lado… pero es otro pueblo… Con
la diferencia de que allí sí hay algún niño
más, pero no me agradan esos… y mis amigos están
de vacaciones.
Seki se rió, pensando que cuando le daban cuerda sí
que hablaba. Se le acercó, mirando por la ventana también.
– Y ¿no patinan en el lago en invierno? ¿O es
muy delgado el hielo? Da igual, no tengo patines... No tienen cine
tampoco, ¿o sí? Quiero ver tu lago.
– No se me había ocurrido… pero igual tampoco
tengo patines…y no hay cine aquí… pero hay una
ciudad pequeñita… Más bien es un poblacho grande…
Está un poco lejos pero hay una discoteca chunga y cine con
pelis que tardan siglos en traer desde que las estrenan. –
lo miró de soslayo y luego a su padre caminando por la calle.
– Mira, ese es mi padre…
– Oh... es alto, como tú. – sonrió, pensando
por un momento que era guapo y que era una lástima que su
padre no fuera gay. De pronto cayendo en cuenta. – Y ¿tu
madre?
– Hum… mi madre desapareció un día y
no regresó más… Ya estoy ¿vamos?–
se separó de la ventana para ir hacia la puerta. –
¿Oye y tienes ropa que hayas hecho tú?
–Pues sí... Si quieres, te diseño algo. ¿Te
gustaría? – le preguntó, siguiéndole
la corriente. No creía que quisiera hablar de su madre aunque
lo que le había dicho sonaba horrible. – Bueno, aún
no ves mi trabajo.
– Bueno, pero sí quiero – se rió preguntándose
qué haría. – … luego me lo enseñas
si total tenemos siglos para no saber ni qué hacer con el
tiempo. – se rió con suavidad y bajó las escaleras
a saltos, saliendo a la calle y esperándolo. Observando a
su padre marcharse hacia la relojería, preguntándose
si estaría enfadado aún. – ¡Papá!–
lo llamó nervioso.
– ¡Goro! – el moreno se giró, contento
de verlo de nuevo. Se sentía mal por haberle alzado la voz,
con lo emotivo que era el chico. Se quedó sorprendido al
ver al joven que venía a su lado. Definitivamente no era
de por allí.
Goro se rió un poco y le dio un beso en la mejilla para
ver si servía como paces. –Mira papá - sujetó
la mano del chico para acercarlo un poco. –El médico
tiene un hijo, se llama Seki.
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